
El mérito no es estar. Eso debería darse por sentado. Porque cuando el mundo se desangra, lo lógico, lo humano, lo inevitable, es salir a la calle. No para exhibirse, ni para cumplir un guion obvio, sino porque la conciencia pesa más cuando se calla.
A miles de kilómetros, hay un pueblo que muere. Y aunque la distancia parezca un muro, el dolor —cuando es real— siempre encuentra grietas por donde entrar. Por eso salimos. Porque ver morir a decenas de miles de personas sin mover un dedo es, de algún modo, morir también.
Tampoco importan las cifras. Si había seis mil, o si la Avenida Alfonso el Sabio estaba llena hasta el último metro. Lo que importa es que la gente salió. Que lo hizo sin violencia, con respeto, con esa mezcla de rabia y ternura que aparece cuando lo injusto ya no se puede soportar. Esa forma silenciosa de decir: “No en mi nombre”.
No soy de patrias, ni de fronteras, ni de religiones. Esto no va de bandos. Va de humanidad. De mirar al dolor ajeno y reconocerlo como propio. De entender que hay cosas que no se discuten, porque no deberían suceder. Y que el hecho de que aún haya quien no se atreva a llamar genocidio a lo que está pasando es, en sí mismo, una forma de complicidad.
La calle habló. No solo aquí, sino en toda la provincia, en todo el país, en el mundo entero. Y cuando la calle habla con dignidad, el poder tiembla. Porque el ruido de la conciencia no se mide en decibelios, sino en coherencia moral.
La resistencia, a veces, empieza así: con una pancarta, con un grito, con un silencio compartido. No para resolver el horror, sino para recordarle al horror que no ha vencido del todo. Para que Trump, Netanyahu, la parte templada incoherente de la UE y muchos más se den por aludido.
Hoy, una parte del mundo se ha detenido. Y cuando la humanidad emerge, el mundo se esperanza. Tal vez eso sea lo único que nos queda: resistir desde la empatía, sostener la dignidad como quien levanta un refugio en mitad del desierto.
El territorio real es ese: el que ocupa la conciencia. Y el único asentamiento posible, hoy, es la dignidad que todos los presentes reclamamos. Gritando, boicoteando a Israel o haciendo ver que la verdad, no es tergiversable por mucho que se empeñen.
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