
El otro día, el móvil me avisó de que iba a eliminar una aplicación de brújula por falta de uso. No sabía ni que existía, pero me dio por pensar cuánto tiempo hacía que no me dejaba llevar sin pensar a qué sitio iba a llegar.
En general, relaciono mis vacaciones con el simple hecho de apagar el móvil. Porque más allá de que no me lleguen un millón de notificaciones, desaparece la sugestión externa e, indirectamente, mi cuerpo habla y pide cosas que entre la vorágine y el estrés de la rutina no llego a escuchar.
Así, sin saturaciones, cogí un libro y una toalla, comprobé que el coche arrancaba (2 meses después), llené el depósito y vi dónde me llevaba mi instinto. No acabé muy lejos. En el Bol Nou (Villajoyosa). Aunque, en realidad, el sitio es lo de menos. La clave es reencontrarse a uno mismo, entre brisas y silencio. Perderte en el libro, darte un baño, tumbarte al sol, escuchar el mar… no hace falta dinero, ni tener reloj. Simplemente estar, dejar tu mente en blanco y disfrutar, para darte cuenta de que todas las limitaciones y las excusas las ponemos nosotros mismos. La realidad es que sacar un rato no es tan complicado. Éso y saber que el hombre ha sobrevivido sin brújula (y sin móviles) muchos siglos. Tal vez, la clave es esa, la libertad.
¿Y sabéis lo mejor? que en realidad, no estoy aún de vacaciones. Simplemente, me he desesclavizado de lo que la sociedad propone en el rato de tarde que me ha quedado al salir de currar. Y eso es algo que tú, también, podrías hacer hoy, en invierno, o cuando escuches a tu cuerpo reclamándotelo.
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