
Ayer, Alicante fue testigo de una de esas noches que dejan huella. Un ADDA abarrotado, hasta los pasillos, recibió con entusiasmo a Nieves Concostrina en el estreno del ciclo «Esto es otra historia» que organiza el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. La expectación era tal que hubo quien se quedó fuera, indignado, resignado o, directamente, cagándose en todo al ser consciente de que, a veces, conviene ser previsora y reservar tu entrada para no quedarte sin tu parte de la historia.
El 28 de marzo no es una fecha cualquiera, y menos en una ciudad como Alicante. Se cumplen 83 años de la muerte de Miguel Hernández, un poeta al que la dictadura quiso silenciar y no pudo. Porque, aunque él esté muerto, aquí seguimos recordándole como merece a pesar de todo lo que el puto régimen de Franco nos arrebató al dejarle morir como un perro.
Si hay alguien que sabe gritarle a la historia con ironía y rigor, esa es Nieves Concostrina. Nos regaló una de esas charlas que combinan sapiencia y descojone, memoria y bofetada de realidad. Porque la memoria histórica no es cosa de puretas con nostalgia, es un deber, especialmente cuando hay quienes se empeñan en reescribir la historia a golpe de bulo y propaganda. Ante eso, conviene hablar claro, ser militante de la verdad y enfrentarse de cara y con hechos a todos esos gilipollas que algunos, con sus votos, encumbran en este surrealismo en el que la ignorancia es tan viral.
La noche fue un viaje por los rincones más delirantes de nuestra historia. Me flipó el final, reivindicando la figura de Josefina Manresa, la mujer que sostuvo el legado de Miguel Hernández con un par de ovarios. Sin ella, la obra del poeta habría acabado olvidada entre archivos polvorientos y desinterés institucional o quemada en una hoguera. No era la viuda plañidera, era una combatiente de la memoria. Y eso, en un país con amnesia selectiva, es decir mucho.
También nos presentó a tres pioneras que, si hubieran nacido con bigote, tendrían calles, plazas y estatuas a su nombre: Elena Maseras, Dolors Aleu y Martina Castells. Tres mujeres que se atrevieron a meterse en la medicina cuando la ciencia era «cosa de hombres». Nieves las recuperó del baúl de lo olvidado con la energía de quien sabe que la historia sin mujeres está incompleta.
Y claro, no podía faltar el cachondeo. La odiosa comparación entre Felipe VII y José Bonaparte fue para enmarcar. Entre risas y datos incontestables, dejó claro que, de haber durado un poco más en el trono, Pepe Botella nos habría hecho un favor. Porque si algo ha caracterizado a la monarquía española es su capacidad para superarse en ineptitud. Alfonso XII y XIII, por ejemplo, fueron el epítome de la inutilidad regia. ¿Gobernar? No, hombre, eso era secundario. Lo suyo era la juerga, el colegueo con dictadores, el machismo y la negligencia. Tanta como la del español históricamente, optando siempre por la opción más cermeña.
Hubo historia, humor y, por supuesto, desmitificación. Nos desmontó la épica del 2 de mayo con la precisión de un cirujano: lo que pasó realmente dista mucho de la versión heroica con la que nos han dado la matraca el carapolla y los que obvian la verdad. No, no todo fueron valientes madrileños levantándose en armas por la patria; hubo caos, hubo improvisación y, sobre todo, hubo una represión brutal que no nos cuentan con tanto ahínco. Y ver borrados los versos de Miguel Hernández del memorial de las víctimas de la Guerra Civil en La Almudena es la representación más gráfica que caracteriza a algunos ceporros con bastón de mando.
Como vasco, me tocó especialmente la fibra cuando habló de la importancia que le damos a recordar lo que somos. Porque la memoria no es una cuestión del pasado, sino del presente y del futuro. Y en este punto, Nieves no pudo ser más clara: el olvido nos hace cómplices. Mientras en Euskadi se recuerda cada piedra de la historia, en otras partes de España (Almería, Badajoz ó Málaga) la desmemoria se ha convertido en política de Estado.
En esa enumeración de hechos dolorosos a recordar, la Concostrina no olvidó el bombardeo del 25 de mayo de 1938. Una masacre que, de haber sucedido en cualquier otro país, estaría grabada en mármol y conmemorada año tras año. Aquí, sin embargo, se recuerda de tapadillo, sin grandes fastos, sin la contundencia que merece.
Cuando terminó la charla, el aplauso fue un rugido. Nieves Concostrina no solo nos dio una lección de historia, sino un antídoto contra la manipulación, un homenaje a los olvidados y un puñetazo a la desidia. Y sí, también nos echamos unas buenas risas. Porque reírse de la historia no es frivolizarla, es entenderla mejor. Y si algo quedó claro ayer, es que Nieves no solo tiene seguidores, tiene devotos con buena memoria.
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