
Durante más de una década, el Festival Jazzpolop convirtió al municipio de Polop de la Marina en un oasis de música y cultura, en una genuina perla con luz propia, que traspasó fronteras gracias a su identidad artística única. Sin embargo, a pesar del reconocimiento alcanzado, proyectos con nombre propio como este —impulsado con pasión y profesionalidad por el creador y director artístico Papik Ribera— . La desgracia, como pasa en muchos festivales y ciclos de la provincia, es que no cuentan con un compromiso estable por parte de marcas ni instituciones. Y eso, como él mismo reconoce, quema.
A estas alturas del año, el equipo del festival ya habría compartido la programación de su decimocuarta edición. Pero en lugar de anunciar nuevos conciertos y propuestas artísticas, hoy se confirma lo que muchos temían: Jazzpolop no se celebrará. El festival pone fin a su andadura y se despide, dejando un legado imborrable en la memoria colectiva de quienes lo vivimos.
Con humildad y pesar, desde la organización lamentan no haber podido comunicar esta decisión antes, especialmente por respeto a quienes ya habían planificado sus vacaciones para asistir una vez más.
Desde su nacimiento, Jazzpolop tuvo un propósito claro: acercar la música y el arte de calidad a un entorno incomparable como Polop, fuera del circuito habitual de festivales. Y durante trece años lo logró, contra todo pronóstico, incluso en tiempos de crisis económica y con el ayuntamiento sumido en deudas. El festival fue creciendo gracias a la confianza del público y a una programación valiente, ecléctica y abierta, que apostó por el jazz como lenguaje diverso y vivo, priorizando las propuestas originales frente a la proliferación de tributos e imitaciones que ha marcado la última década.
Se trató siempre de un festival de pequeño formato, en el que disfrutar de artistas de primer nivel a escasos metros era un verdadero lujo. Cuidaron cada detalle técnico —sonido, iluminación, backline—, adaptándose con respeto al estilo de cada intérprete, asegurando una experiencia profesional y coherente.
Pero mantener esa exigencia con honestidad requiere recursos. Este año, el apoyo económico no ha sido suficiente. El recorte del 50 % del presupuesto municipal destinado al festival ha hecho inviable su continuidad con la dignidad que merece. La organización ha optado por no traicionar su esencia, negándose a caer en el modelo de precariedad cultural que vacía de sentido proyectos artísticos con alma. Como apuntan desde la dirección, la evolución natural de una propuesta cultural debe ser avanzar, no retroceder.
Jazzpolop se despide en su punto más alto, con la satisfacción de haber hecho historia cultural en la comarca, de haber transformado cada verano el paisaje urbano y emocional de Polop, y de haber sido un verdadero referente dentro y fuera del territorio valenciano.
El festival no fue solo una suma de conciertos: fue una plataforma cultural, educativa, turística y social. Supo conectar el patrimonio arquitectónico y natural de Polop con la música, dinamizar el comercio local y acercar el jazz a todo tipo de públicos, de manera gratuita y accesible. Uno de sus grandes logros fue mostrar la belleza y el valor del casco antiguo del pueblo, elevando su perfil con una oferta artística diversa y de calidad.
Además, el festival destacó por sus actividades paralelas, que fusionaron música y arte de forma multidisciplinar. La Jam Poética, liderada por el Colectivo Maridaje (Carmen Rus, Rafael García y Paco Tarín), fue una de las propuestas más emblemáticas: durante ocho ediciones, poetas y artistas tomaron el Cementerio Literario de Gabriel Miró, entrelazando palabra y paisaje mediante proyecciones visuales y sonoras.
A lo largo de los años, también se sumaron exposiciones, performances, cine fórum, talleres, presentaciones literarias, mercados de vinilos, conciertos callejeros y otras propuestas que convirtieron a Jazzpolop en un motor creativo y comunitario. En su última edición, el recinto registró un récord de 2.500 visitas diarias, dejando un impacto cultural, social y económico innegable.
En 2019, Jazzpolop fue reconocido como ejemplo de Bona Pràctica Cultural dentro del programa Un País de Cultures, promovido por la Universitat de València, junto a festivales como l’Aplec dels Ports o Pobles en Peu d’Art.
La organización ha querido agradecer públicamente a cada artista, técnico, colaborador y persona que creyó en el proyecto; así como a los distintos gobiernos municipales y empresas que ofrecieron su respaldo en distintos momentos. Y, por encima de todo, al público fiel que convirtió el festival en una cita esperada del verano.
Hoy, Jazzpolop cierra una etapa. Pero no se apaga. Su música, su arte, su esencia—creada con profesionalidad, afecto y honestidad—permanecerán vivos en la memoria colectiva. Porque lo auténtico no se finge ni se imita. Jazzpolop no muere, se transforma: en recuerdo, en inspiración, en historia compartida.
Y como diría su creador, Papik Ribera: el arte y la música seguirán siendo lo único que, en este mundo, nos hará verdaderamente libres.
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