
Como padre, y como vecino de Alicante, me veo en la necesidad —y el gusto— de agradecer públicamente a la Concejalía de Cultura por la iniciativa Verano en Parques, un ciclo que, más allá de lo evidente, cumple con una misión social de enorme valor: acercar la cultura a quienes más la necesitan.
En primer lugar, es justo reconocer que este programa ofrece trabajo a numerosos artistas locales. En una ciudad donde no siempre es fácil vivir del arte, esta oportunidad no solo supone un respiro económico para muchos creadores, sino también un reconocimiento institucional a su trabajo y talento. Alicante está llena de artistas comprometidos, formados y con mucho que aportar. Darles escenario, altavoz y público es la mejor forma de sostener el tejido cultural de la ciudad.
Pero el valor real de Verano en Parques va mucho más allá. Que sea gratuito y se organice en plazas y espacios abiertos de diferentes barrios convierte a este ciclo en una herramienta poderosa de democratización cultural. No todas las familias pueden permitirse entradas para conciertos, teatro o danza. No todos los niños pueden asistir a academias o espectáculos privados. Llevar estas propuestas a los barrios no es solo una forma de descentralizar la cultura: es hacerla accesible, es sembrar curiosidad, inspiración, disfrute. Es permitir que la infancia —independientemente del código postal— se emocione con una marioneta, una guitarra o un cuenta cuentos.
Estos espectáculos no solo entretienen. También dan vida a plazas que, en muchos casos, pasan desapercibidas durante el año. Espacios que podrían, y deberían, tener un uso más continuado, como ocurre con Palmeretes, en el barrio de Carolinas. Allí, de manera altruista y sin recursos municipales, son los propios vecinos quienes organizan charlas, talleres, mercados de intercambio y actividades diversas, demostrando que la cultura no es solo ocio: es vínculo, es comunidad, es pertenencia.
Ojalá Verano en Parques no sea un oasis estacional, sino el germen de una política cultural continuada, valiente y descentralizada. Porque cuando una ciudad cuida a sus artistas y acerca la cultura a sus barrios, está invirtiendo en algo más profundo: en cohesión, en educación, en identidad.
Y como padre, no puedo más que aplaudirlo. Porque ver a mi hija reír, sorprenderse o hacer preguntas después de una actuación, sin haber tenido que desplazarnos al centro ni pagar una entrada, es un lujo que debería ser normal. Y gracias a este ciclo, por unas semanas, lo es.
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