
En una época en la que el reloj manda, los sabores se disfrazan de moda y el «take away» ha desplazado a la pausa compartida, hay lugares que se resisten a desaparecer. Son esos pequeños santuarios donde el tiempo se detiene, donde las prisas se dejan fuera y los recuerdos se sirven bien fríos, en vaso de cristal.
En Alicante, hay uno de esos rincones que han desafiado a las modas, al calendario y a los caprichos del mercado: la Horchatería Azul, un símbolo del comercio de proximidad y la herencia bien cuidada, que este mayo ha vuelto a levantar su persiana, como cada año desde hace casi un siglo.
Fue en 1930 cuando Alejandrina Candela, con apenas 18 años, y junto a su marido Manuel Sorribes, encendió la chispa de lo que hoy es mucho más que un negocio: es una institución emocional. En un pequeño local empezó a elaborar jarabes de horchata y cebada, surtía a los bares cercanos, y preparaba churros, chocolate y café para los vecinos. Aquel gesto emprendedor y valiente, en plena posguerra y sin más herramientas que sus manos y su fe, dio origen a una tradición que hoy sus nietas, Inmaculada y Mari Ángeles, mantienen con el mismo cariño y respeto.
La Horchatería Azul es el aroma de la infancia, la cita obligada de las tardes calurosas, el punto exacto donde el verano alicantino cobra sabor. Y no cualquier sabor: el de la auténtica horchata de chufa, elaborada siguiendo la receta original de la abuela, junto a sus variantes de almendra o avellana, y acompañadas de los clásicos fartons, bollería casera y otras delicias como la coca de mollitas, la de almendra, el pan de Benimagrell o el mítico bollo con corte de helado.
Mientras en otros rincones triunfan los muffins sin alma y los iced coffees sin historia, aquí cada granizado de limón o de cebada es un homenaje a la tierra, a las estaciones y a quienes valoran lo cercano, lo verdadero. No es solo un lugar para merendar; es un refugio de autenticidad en medio del bullicio, un espejo donde se mira Alicante para reconocerse.
Tanto es así, que en 2024 el Ayuntamiento decidió rendir tributo a su fundadora bautizando con su nombre el Centro de Formación de la Agencia Local de Desarrollo Económico y Social “Impulsalicante”. Porque Alejandrina Candela no solo fue una pionera en el negocio familiar, sino también un ejemplo de trabajo silencioso, de constancia, de creación de comunidad. Su legado no se mide en cifras, sino en generaciones que vuelven cada año al mismo sitio, buscando no solo una bebida, sino un pedazo de su propia historia.
Que un comercio resista 95 años no es una casualidad. Es la prueba de que hay cosas que, aunque sencillas, son esenciales. Y que en tiempos de modernidades instantáneas, aún queda espacio para lo de siempre, para lo de verdad. La Horchatería Azul es eso: una pausa en medio del ruido. Una historia que se sigue sirviendo con hielo. Y con mucho corazón.
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