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La mente bajo asedio: cuando el error y la presión social se convierten en una condena invisible

8 de agosto de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Hay errores que todos cometemos. Algunos son pequeños —como exagerar una habilidad en un currículum— y otros tienen un peso público que multiplica sus consecuencias. Lo que los diferencia no es solo la gravedad del hecho, sino el escenario en el que se desarrolla: la vida privada o el foco implacable de la opinión pública. Y cuando el error se mezcla con la exposición mediática, el resultado puede ser devastador para la mente humana.

El caso reciente de José María Ángel, histórico del socialismo valenciano, ha puesto en evidencia una vez más la fragilidad que todos compartimos, aunque no nos guste reconocerlo. Tras varios días siendo el centro de informaciones sobre su carrera funcionarial y su formación académica, defendiendo su legalidad pero cediendo a la presión con dimisiones en cadena, el veterano político acabó protagonizando una noticia que debería habernos dejado sin aliento: su intento de suicidio.

El problema no es solo el escrutinio, sino la naturaleza actual de ese escrutinio. Antes, un error quedaba confinado a círculos más o menos reducidos; hoy, la amplificación mediática y la voracidad de las redes sociales generan un efecto lupa. Se produce una sobrerrepresentación de la caída: no solo se difunde el hecho, sino que se adereza con interpretaciones, memes, juicios sumarísimos y una corriente de comentarios que rara vez buscan comprender.

Peor aún, en una sociedad cada vez más polarizada, los adversarios políticos y sus afines no solo señalan el error: lo celebran. Hay un componente casi ritual, una sensación de “victoria” sobre el otro, que se traduce en un lenguaje deshumanizador. La persona deja de ser un individuo con familia, historia y emociones, para convertirse en un símbolo contra el que se puede volcar desprecio sin freno.

En psicología, el estrés agudo y sostenido puede desencadenar lo que se llama “respuesta de crisis”: el sistema nervioso se ve atrapado entre la hiperactivación y el agotamiento absoluto. La persona se siente acorralada, sin salidas percibidas, y su capacidad de razonamiento lógico se estrecha.

En contextos así, el suicidio puede aparecer —de forma distorsionada— como una vía de escape. No es una decisión fría ni racional, sino la expresión extrema de un colapso mental. El individuo no ve el futuro, solo la urgencia de apagar un dolor insoportable.

En la esfera pública, este proceso se ve agravado por dos factores:

  1. La pérdida del control narrativo: el protagonista no puede corregir, matizar ni frenar el flujo de información y opiniones.
  2. La amenaza a la identidad: para quienes han dedicado décadas a un rol público, el descrédito no es solo profesional, sino existencial.

La falsa superioridad moral

Lo verdaderamente preocupante es la naturalidad con la que parte de la sociedad reacciona con indiferencia o incluso regocijo ante tragedias así. La polarización ha creado una especie de supremacía moral: “si es de los míos, le entiendo; si es del otro lado, que caiga y sufra”. Este sesgo no solo es éticamente pobre, sino que degrada nuestra empatía colectiva.

Quien hoy se alegra del sufrimiento ajeno debería recordar que ningún ser humano está blindado contra el error, ni contra el linchamiento mediático. La distancia entre “el que cayó” y “yo” es mucho más corta de lo que creemos.

La sociedad necesita aprender —o recordar— que la crítica política o institucional no puede confundirse con el desprecio a la persona. Los sistemas judiciales y administrativos están para dirimir responsabilidades; las redes sociales y los corrillos no deberían convertirse en patios de ejecución.

En momentos así, lo más valioso no es ganar la batalla del relato, sino impedir que la presión se convierta en una sentencia irreversible. Porque cuando un ser humano llega al límite y decide que vivir ya no es soportable, todos hemos perdido algo. Y a diferencia de las carreras políticas o las polémicas pasajeras, esa pérdida no tiene vuelta atrás.

Deberíamos, al menos, reflexionar al respecto.

Publicado en: Crítica Social, Educación, en portada, España, noticias breves, opinión, REVISTA




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