Los mayores, aunque a veces parezcan tibios y conformistas, conservan un aire reivindicativo que muchos deberíamos aprender. Llevan toda una vida lidiando con promesas incumplidas, tienen la piel curtida y el colmillo afilado, y por eso no pierden energías en disputas banales. Pero saben muy bien cuándo merece la pena plantar cara. Y ahora lo tienen claro.
En Alicante, los talleres de los centros de mayores deberían comenzar el 01 de octubre. No es un capricho: es la fecha que figuraba en el calendario oficial, la que muchos usuarios llevan meses esperando. Sin embargo, el Ayuntamiento sigue sin dar una respuesta clara. La contratación de monitores se ha retrasado y, aunque esta semana se aprobaron más de 300 actividades y se adjudicó el servicio, los plazos se han estirado demasiado.
Los mayores han decidido no quedarse de brazos cruzados. Si el próximo lunes no hay una fecha concreta, se concentrarán. No lo hacen por gusto ni por confrontación, sino porque saben que detrás de cada taller —ya sea gimnasia, escritura, idiomas o un huerto urbano— hay algo más que ocio: hay salud, motivación y, sobre todo, compañía. Para quienes viven solos, para quienes han visto cómo su círculo social se ha ido estrechando con los años, estas actividades son un salvavidas.
El nuevo contrato promete mejoras: un 38% más de horas de servicio, un 42% más de talleres. Más números, más oferta. Pero de poco sirven las estadísticas si no se cumplen los tiempos. Y los mayores de Alicante, mayoría silenciosa pero consciente de su fuerza, no están dispuestos a aceptar que se juegue con su tiempo.
La reivindicación que plantean no es ruidosa ni incendiaria. Es firme, serena y con un trasfondo que debería hacer reflexionar a cualquier gobernante: no piden lujos, piden que se cumpla lo que se promete. Y cuando la causa está justificada, los mayores saben que su voz, unida, pesa. Porque como les dé por votar otras cosas, hasta el acomodado Barcala, puede temblar.
















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