
Cada 12 de octubre las calles se llenan de banderas, desfiles y un aire de solemnidad que, más que unir, parece recordarnos las fracturas que arrastramos como país. En nombre de la patria, se exhibe el poderío militar, se glorifica una historia imperial y se agita un símbolo que, lejos de incluir, a menudo sirve para excluir. Pero, ¿qué es realmente la patria? ¿Y qué celebramos cuando decimos celebrar “España”?
El filósofo Ortega y Gasset decía que la nación no es un hecho natural, sino una tarea: algo que se hace y rehace día a día, en comunidad, con proyecto y convivencia. La patria, entonces, no está en los uniformes ni en los desfiles, sino en la vida compartida que construimos. Es el conjunto de valores, esfuerzos y esperanzas que nos mantienen juntos a pesar de las diferencias. Y sin embargo, cada año, al ver la cabra de la Legión marchar por el Paseo de la Castellana, uno no puede dejar de preguntarse si ese es el país que queremos representar.
Juan José Millás lo decía con mordacidad en la radio: quizá más que una cabra y militares, deberían desfilar profesores, médicos, investigadores, artistas, deportistas, cuidadores, bomberos, sanitarios, agricultores… todos aquellos que ponen la parte buena de España en el mapa del mundo. Ellos son los verdaderos patriotas, los que sostienen un país desde la decencia y la inteligencia, no desde la imposición ni la nostalgia.
Celebrar la Hispanidad debería ser, más que una conmemoración del descubrimiento —o la conquista— de América, una oportunidad de revisar críticamente qué significó ese encuentro, a quién benefició y qué heridas aún supura. No se trata de juzgar con los ojos de hoy lo que ocurrió hace siglos, sino de reconocer que también somos herederos de una historia de dominación y de mezcla, de violencia y de mestizaje. Asumirla con madurez sería el primer paso para no repetir sus sombras.
Quizá el problema no sea España, sino la manera en que algunos la entienden: como propiedad, no como proyecto; como frontera, no como espacio común. Una patria no es un territorio cercado por banderas, sino una comunidad de personas que se reconocen en su diversidad y en su fragilidad compartida.
Por eso, si algún día la patria volviera a desfilar, ojalá lo hiciera al ritmo de una escuela pública que resiste, de un hospital que cura sin preguntar por la cuenta bancaria, de un artista que nos recuerda quiénes somos y de un joven que, a pesar de todo, decide quedarse.
Entonces sí, ese día habría algo que celebrar.
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