
La Audiencia de Madrid ha puesto fin, con firmeza y acierto, a una causa que jamás debió iniciarse. El archivo del caso contra el humorista Héctor de Miguel —más conocido como Quequé— marca un paso importante en la defensa de la libertad de expresión y el papel del humor en una sociedad democrática.
El intento de llevar a juicio a un cómico por una broma, por exagerada o incómoda que fuera, reflejaba una preocupante deriva hacia la censura ideológica disfrazada de moralismo. Afortunadamente, la Justicia ha reconocido lo que muchos ya sabían: que en el humor, el contexto lo es todo, y que la hipérbole, la provocación o la sátira no son delitos, sino herramientas legítimas para la crítica social y política.
El tribunal ha comprendido que las palabras de De Miguel no tenían otra intención que expresar, de forma teatral y enfática, una posición crítica hacia símbolos del pasado franquista, sin que existiera incitación alguna al odio o a la violencia. Y es que no todo el mundo tiene por qué reírse, pero nadie debería ir a juicio por intentarlo.
Con esta decisión, se reivindica el espacio del humor como una forma de pensamiento libre, incluso cuando incomoda. Y se lanza un mensaje claro: no todo lo que molesta debe ser perseguido. A veces, simplemente, hay que entender el chiste. ¿Te gustaría que esta versión se enfoque más hacia la defensa de la libertad de expresión o en una crítica a los denunciantes?
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