
Ayer leí una carta publicada en El País, firmada por Marta Garro Alsina, que me dejó pensando durante horas. Marta contaba cómo un amigo suyo evita las típicas preguntas de presentación —“¿En qué trabajas?”, “¿De dónde eres?”— y va directo al hueso: “¿Y tú quién eres?”. Una pregunta incómoda, profunda, incluso desarmante en un mundo donde lo laboral ha llegado a definirnos casi por completo.
Casualmente —o no tanto— esa carta llegó a mis ojos en un momento de cambio: hace poco me quedé sin trabajo. Un corte abrupto, como tantos otros, pero que arrastra no sólo la pérdida del ingreso, sino también el vértigo de enfrentarte a un tiempo que ya no está pautado por horarios, entregas ni reuniones.
Marta habla de cómo es engañoso creer que uno se define por lo que hace profesionalmente. Que ni los KPIs, ni las horas facturables, ni las firmas de correo dicen realmente quiénes somos. Y es verdad: cuando el trabajo desaparece, uno se ve forzado a responder esa pregunta esencial. ¿Quién soy yo cuando no tengo tareas asignadas, cuando el reloj ya no divide el día en bloques de productividad?
Es ahí donde empieza lo interesante —y también lo difícil. Al perder mi rutina laboral, descubrí que tenía que reinventarme, no sólo para volver a ganarme la vida, sino para entender qué hacer con esas más de 9 horas al día que ahora eran mías. Al principio fue abrumador. Después, fue liberador. Porque en esos espacios vacíos empecé a tomar decisiones pequeñas, pero profundamente personales: leer más, caminar sin prisa, aprender cosas que me interesan aunque no sean “útiles” para mi currículum, recuperar amistades que dormían entre semanas demasiado llenas.
Y claro, está el tema del dinero. No tener un ingreso fijo cambia la forma en la que te relacionas con tu entorno, con tus planes, con la ciudad. Todo parece volverse más limitado. Pero también se abre otra dimensión: la del valor. No el valor económico, sino el sentido que le damos a nuestro tiempo, a nuestros gestos, a lo que elegimos hacer aunque nadie lo pague.
Hoy, siento que los únicos momentos en los que realmente sé quién soy son esos que yo elijo, sin necesidad de rendirle cuentas a un jefe o a una estructura. Leer en el metro. Bailar en casa. Escribir estas líneas. Como dice Marta: «Ser, soy muchas otras cosas».
Y tú, ¿quién eres cuando nadie te lo exige?
Deja una respuesta