
Lo confieso: cada mañana, cuando saco mi bicicleta al sol de Alicante, siento que empiezo el día con una ventaja secreta. Pedaleo entre coches que se desesperan en los semáforos, autobuses que resoplan cuesta arriba y peatones que aún bostezan camino al trabajo. Y ahí estoy yo, avanzando con la brisa marina en la cara, convencido de que la bicicleta no es solo un medio de transporte: es una declaración de principios.
Claro, Alicante no está precisamente diseñada para el ciclista optimista. Decir que faltan carriles bici es quedarse corto: hay tramos donde el carril desaparece como por arte de magia, justo cuando más lo necesitas. Y lo del Tram… bueno, uno pensaría que dejarte subir con la bici sería lo más lógico en una ciudad que presume de sostenibilidad. Pero no: las normas dicen que no hay sitio. Lo curioso es que eso, en el fondo, es una buena noticia. Significa que el transporte público sí se usa, que la gente se mueve, que las calles están vivas. Pero aun así, uno no puede evitar imaginar cómo sería la ciudad si las bicis tuvieran su lugar natural entre el tráfico, si tuvieras más sitios para dejar tu máquina velocípeda, si el sonido dominante no fuera el claxon sino el suave zumbido de una cadena bien engrasada.
Como padre, predico con el ejemplo, y me gusta ver que a mi hija no le ha supuesto mucho asimilar el hábito. Y así, ahora, pedalear no solo me lleva a sitios: me despeja la cabeza, me reconcilia con el ritmo humano. No gasto gasolina, no busco aparcamiento, no contamino. Y al llegar, mi cuerpo me lo agradece: menos estrés, más energía. Hay algo casi poético en moverse con tus propias fuerzas, en sentir que cada metro recorrido depende solo de ti.
La bicicleta, esa invención casi perfecta que lleva más de un siglo sin necesitar grandes mejoras, sigue recordándonos lo que la tecnología a veces olvida: que la eficiencia y la belleza pueden ir de la mano. Que la verdadera sostenibilidad no siempre requiere una app ni un enchufe, sino voluntad y pedales.
Así que sí, Alicante no está del todo preparada para los ciclistas. Pero quizá los ciclistas estamos aquí precisamente para eso: para recordarle a la ciudad que, ahora que las fotos de la semana de la movilidad han pasado a mejor vida, moverse no tiene por qué significar contaminar, que avanzar puede ser tan simple —y tan poderoso— como volver a subirse a una bicicleta.
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