
Hoy no tengo un buen día. No lo digo para buscar consuelo ni como excusa. Solo es la verdad desnuda: desearía no tener que salir de casa, bajar la persiana y dejar que las horas pasen como si no importaran. Y no, no hay una foto bonita para esta estampa de pijama oloroso, pelos despeinados y párpados pegajosos. Para esto no hay filtros que lo hagan digerible, ni frases motivacionales que lo maquillen.
Si fuera todo lo contrario —si hoy estuviera radiante, si hubiera salido el sol por dentro— probablemente habría posteado cualquier cosa en Instagram: un café, un atardecer, una sonrisa sin contexto. Pero cuando la sombra cae, cuando la garganta se seca, uno descubre que el aislamiento es la única red social verdaderamente activa. Una red (a)social donde no hay “likes” por confesar que te estás deshaciendo por dentro.
La soledad es una experiencia universal, pero raramente acariciable. Nadie quiere mostrar su grieta. Nadie quiere decir «hoy no puedo más» sin que alguien lo tome como debilidad, exageración o simple melodrama. Sin embargo, ¿Cuánta gente estarán pensando lo mismo en este instante?
Una abuela arrastrando su carro de la compra sin ayuda, con pasos lentos y sin una conversación en todo el día. Una mujer que se enfrenta a otra crisis bulímica frente al espejo, en silencio, con la culpa clavada en la garganta. Un exalcohólico que mira fijamente una botella, porque el vacío pesa más que su voluntad.
Lo paradójico es que estamos hiperconectados, pero solos. Publicamos momentos perfectos en redes, pero nadie sabe lo que ocurre cuando se apaga la pantalla. Hay un grito mudo que no cabe en los comentarios de una publicación. Y lo que más duele no es estar solo, sino tener que fingir que no lo estás.
Tal vez, si tuviéramos un lugar para mostrar también las penumbras, nos daríamos cuenta de que no estamos tan solos como creemos. Porque, en el fondo, todos llevamos algo roto, algo que no mostramos, algo que duele.
Y si hoy estás mal —como yo— que sepas que no eres un error en el sistema. No tienes que sonreír si no te nace. No estás obligado a producir felicidad. A veces, simplemente estar es suficiente. Y si el mundo no lo entiende, al menos que este texto lo haga.
Supongo que, en cierta manera, echo de menos «Hablar por Hablar».
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