
Juzgar a un autor del pasado con la lupa moral del presente es como indignarse porque en el siglo XII no tenían aire acondicionado. Sí, lo sabemos: aquel poeta genial también tenía esclavos, el filósofo brillante creía que las mujeres eran adornos parlantes y el pintor revolucionario probablemente se habría reído en la cara de alguien que propusiera el reciclaje. Imperdonable… si hubieran nacido en 2024.
Pero pongámonos en situación: dentro de mil años, los grandes pensadores y artistas de hoy podrían ser vistos como bárbaros incultos. ¿Por qué? Quizá por haber sido heterosexuales, carnívoros, por no haber comido insectos con consciencia ecológica o por haber gastado gasolina en lugar de viajar en burbujas de aire comprimido. Es más, puede que en el futuro nuestra forma de vivir les parezca tan aberrante que cancelen hasta los emojis que usamos.
Así que, antes de desterrar a cualquier genio porque en su época no militaba en la causa del siglo XXI, pensemos que nosotros también somos un chiste esperando a ser contado. Leer a un autor no es un acto de aprobación absoluta; es simplemente reconocer su talento sin exigirle que hubiera tenido la clarividencia de prever los valores morales del futuro. Porque, si vamos por ese camino, mejor apagamos la luz y nos quedamos solo con los libros escritos la semana pasada. Y quién sabe, en unos años, quizá esos también nos den vergüenza.
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