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Tu verdadera cara… o nada

19 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Debe de ser la edad. O el cansancio. O simplemente que uno, pasado cierto número de decepciones, descubre que no hay premio a la hipocresía por muy bien que la ejecutes. Ya no me apetece sonreír cuando no quiero. No necesito caerle bien a todo el mundo. Más que nada, porque bastante trabajo me ha costado caerme bien a mí mismo.

A estas alturas sé que no voy a ser el más guapo en ninguna foto. Ni el más simpático en ninguna mesa. Y, sinceramente, me da igual. He aprendido que la simpatía también se gasta con la repetición, como las pilas o la novedad… y no la mía, no la pienso usar con cualquiera. La reservo para quien me interesa de verdad, para los pocos con los que merece la pena aflojar las costuras de la armadura y sacar un rato de conversación honesta. Para los demás: ¡buenas tardes! – por educación- y que les vaya bien.

Me cuesta callarme, pero hace tiempo que pongo caras para joder las fotos en las que no me han pedido permiso para estar. No me gusta posar. Igual que tampoco gusta que me hablen mientras miran el móvil. Si prefieres deslizar el dedo en TikTok que hablarme, genial: no hace falta que hablemos. De verdad. No pierdas tu tiempo. Y no me hagas perder el mío.

También he asumido que hay líneas rojas. Si escuchas reggaetón, por ejemplo, no vamos a ser amigos. Si votas a la derecha con entusiasmo, tampoco. No es nada personal: son cosas incompatibles como el agua y el aceite, como el vino caro y la Coca-Cola. Que vivas bien, pero lejos.

No quiero fingir interés en cosas que me aburren. Para eso ya tengo los grupos de WhatsApp de sobra. Ahí puedo fingir que me importa. Fuera de eso, no. La vida es demasiado corta para sonreírle al pesado de turno, aguantar consejos vacíos o soportar al egoísta que siempre quiere tener razón.

Yo no quiero. Y tampoco me apetece ser «el simpático». Ni quiero ser «el que nunca dice que no». No me interesa gustar a todos, porque gustar a todos es no ser nadie. La gente a la que sí debo un respeto –unos pocos contados con los dedos de una mano– ya lo tiene. Los demás no tienen por qué estar en esa lista.

A lo mejor esto es hacerse mayor. O a lo mejor es empezar a ser libre. Sea lo que sea, es mejor que seguir escondiendo la cara detrás de una máscara de cortesía vacía.

Publicado en: diario de un soñador incomprendido, opinión, REVISTA, WORLD




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