
Alicante ha hablado. Debería haber ido más gente, pero lo ha hecho alto, claro y con un hedor a orines como telón de fondo. Este lunes, cientos de alicantinos se manifestaron por algo tan elemental como vivir en una ciudad limpia. La protesta, organizada por vecinos hartos de la dejadez institucional, no solo puso sobre la mesa el problema de la suciedad en nuestras calles, sino que evidenció el creciente hastío ciudadano ante la inacción del equipo de gobierno encabezado por Luis Barcala.
Papeleras desbordadas, bolsas de basura apiladas fuera de horario, restos de comida, orines en cada esquina del centro y una alarmante falta de mantenimiento convierten a Alicante, cada vez más, en un escaparate de decadencia urbana. El paisaje habitual ya no sorprende: lo normaliza. Pero la paciencia tiene un límite, y la manifestación fue una muestra palpable de que ese límite ya ha sido rebasado.
Quienes acudieron a la cita no eran solo activistas o representantes vecinales. Eran familias con niños, jubilados, jóvenes trabajadores, comerciantes del centro… ciudadanos de a pie que, cansados de esperar respuestas, han optado por alzar la voz.
El Ayuntamiento, mientras tanto, continúa parapetado tras excusas que se repiten sin convicción: Pidiendo paciencia, escurriendo el bulto con un contrato insuficiente, alegando falta de civismo en los ciudadanos y sin apenas inversión en campañas de concienciación. Pero lo cierto es que, más allá de notas de prensa y lavados de imagen, la ciudad sigue sucia, y el problema sigue sin abordarse con seriedad.
La gestión de Barcala y su equipo empieza a mostrar signos de agotamiento. La pasividad institucional ha dejado de ser una percepción para convertirse en una realidad tangible, visible en cada calle maloliente y cada esquina descuidada. No es solo una cuestión estética: es una cuestión de dignidad y salud pública.
La protesta del sábado podría ser la primera de muchas. Porque si algo quedó claro entre los cánticos y las pancartas es que Alicante ha perdido la fe en que sus gobernantes estén a la altura. Y cuando la ciudadanía empieza a organizarse, a exigir y a señalar a quienes no cumplen, el cambio ya está en marcha. Aunque a algunos les huela mal.
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