Villafranqueza se ha convertido en una especie de espejo de la política municipal de Luis Barcala: un lugar donde lo que no se ve, simplemente no existe. La encuesta elaborada por los vecinos, en la que la mayoría denuncia infraestructuras inadecuadas, falta de limpieza, ausencia de servicios sanitarios suficientes y una escasa presencia policial, no solo refleja el abandono del barrio, sino también una forma de gobernar.
El patrón es claro: se limpia, se adereza y se invierte tiempo allí donde se posa la mirada pública, mientras que el resto de la ciudad queda fuera del escaparate. Es como si Alicante se redujera a un cuadrado bien pulido en el centro, rodeado de periferias a las que solo se acude en campaña.
Villafranqueza simboliza así la brecha entre la imagen y la realidad, entre el Alicante de los actos y las fotos y el de los barrios que esperan, año tras año, que llegue la inversión prometida. Lo que en el discurso se presenta como una gestión equilibrada, en la práctica se traduce en un modelo de ciudad que prioriza el brillo sobre la base, la apariencia sobre la atención cotidiana.
En ese sentido, el “abandono” que denuncian los vecinos no es solo local: es la metáfora más clara del programa de Barcala, donde el cuidado se reserva para lo visible y el resto se deja a la espera.















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