
La brecha de género en salud mental es un fenómeno ampliamente documentado, pero a menudo malinterpretado. Mientras las mujeres presentan tasas más altas de diagnóstico en trastornos como la depresión o la ansiedad, los hombres encabezan las estadísticas de suicidio y son, paradójicamente, quienes menos solicitan ayuda psicológica, incluso en contextos de enfermedad grave como el cáncer.
Los datos son contundentes. Según un estudio de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), únicamente el 25% de quienes acuden a sus servicios de atención psicológica son hombres, a pesar de que, según la propia entidad, el 55% de las personas que manifiestan necesitar apoyo emocional tras un diagnóstico oncológico son varones. Por otro lado, las cifras de suicidio en España reflejan una alarmante desigualdad: en 2023, el 74% de las personas que se quitaron la vida fueron hombres, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Este fenómeno no puede comprenderse sin considerar el impacto de los mandatos de género y los modelos de socialización masculina. Como explica el psicólogo Miguel Trujillo, de la AECC, «desde edades tempranas, a los hombres se les transmite la idea de que deben ser fuertes, autosuficientes y emocionalmente contenidos. Buscar ayuda, especialmente en el ámbito de la salud mental, sigue percibiéndose como un signo de debilidad».
El coste psíquico de la masculinidad tradicional
Esta construcción social de la masculinidad tiene consecuencias tangibles. Los hombres no solo consultan menos a profesionales de la psicología, sino que también recurren en menor medida a tratamientos farmacológicos. Mientras que el 34% de las mujeres españolas consume algún tipo de psicofármaco, en el caso de los hombres la cifra apenas alcanza el 17%.
Además, factores culturales y biológicos también modulan esta realidad. Los datos epidemiológicos muestran que las mujeres presentan mayores tasas de trastornos como la anorexia (hasta siete veces más), la depresión (el triple) y la ansiedad (el doble), mientras que los hombres consultan más frecuentemente por trastornos de la personalidad, adicciones o esquizofrenia, trastornos asociados en muchos casos a dificultades en la regulación emocional y la expresión afectiva.
Suicidio masculino: la expresión última del malestar silenciado
A pesar de estos avances, los datos siguen mostrando una preocupante brecha de género en los desenlaces más graves de los problemas de salud mental. «Los hombres sí sufren emocionalmente, pero recurren a salidas alternativas como las adicciones, el sexo compulsivo o, en casos extremos, el suicidio, que suele tener un componente más impulsivo en varones», sostiene la psicóloga Ana Asensio.
El suicidio masculino representa, así, la manifestación extrema de una cadena de factores psicosociales, culturales y de género que, al no ser abordados, terminan por derivar en tragedias evitables. No se trata de que los hombres tengan mejor salud mental, sino de que el modelo tradicional de masculinidad dificulta el reconocimiento del sufrimiento y la búsqueda de ayuda.
Conclusión: Una tarea pendiente en la psicología y la educación
Reducir esta brecha implica no solo facilitar el acceso de los hombres a los servicios de salud mental, sino cuestionar activamente los mandatos de género que obstaculizan la expresión emocional y la vulnerabilidad. Como profesionales de la psicología, educadores y sociedad en su conjunto, el reto es construir modelos de masculinidad más flexibles, que integren la salud emocional como un valor y no como un síntoma de debilidad.
Solo así será posible abordar de forma efectiva esta desigualdad silenciosa, que sigue costando miles de vidas cada año.
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