
La próxima vez que vayamos a votar, conviene recordar. Recordar quién les dice a las mujeres que, si abortan, acabarán alcohólicas, anoréxicas o suicidas. Quién reduce un derecho a una amenaza. Recordar quién se ríe y hace chistes del sufrimiento en Gaza, como si las bombas y la muerte fueran un asunto de sobremesa. Quién ampara abordajes en aguas internacionales, quién normaliza la violencia como método político.
No olvidemos tampoco quién se codea con personajes como Daniel Esteve, el dueño de Desokupa, símbolo de la intimidación y el desalojo a golpe de músculo. Quién crea un cisma con las mamografías en Andalucía, sembrando dudas donde debería haber certezas, y quién permite que cientos de personas se ahoguen en una DANA, abandonadas a la mala gestión y al desdén institucional.
La política no son cañitas, ni fotos de bar, ni frases ingeniosas en redes sociales. La política es decidir si defendemos la educación pública o dejamos que se degrade. Si garantizamos una sanidad universal o la convertimos en un privilegio. Si apostamos por la cultura o la reducimos a un lujo. Si la igualdad de oportunidades se queda en un lema vacío o se convierte en la base de una sociedad justa.
No podemos permitir que la intolerancia se disfrace de sentido común. No podemos normalizar que la empatía con quienes más sufren se convierta en motivo de burla. La ola de odio y de desprecio a los derechos no es inevitable: se puede parar.
Eso sí, requiere un gesto simple pero imprescindible: ir a votar.
Deja una respuesta