La dirección nacional del Partido Popular ha querido vender el relevo de Carlos Mazón como una nueva etapa para la Generalitat. Un aire fresco, dicen. Una oportunidad para redefinir prioridades y consolidar estabilidad institucional. Sin embargo, la elección de Juanfran Pérez Llorca como candidato a la Presidencia difícilmente puede interpretarse como un cambio: es, más bien, la garantía de que todo seguirá exactamente igual.
El anuncio de Alberto Núñez Feijóo llegó envuelto en un tono de trascendencia, como si se tratara de una elección meditada para abrir un ciclo distinto en la Comunitat Valenciana. Pero el gesto es puramente estético. Pérez Llorca no es una apuesta renovadora; es el secretario general de Mazón, su hombre de confianza, y la figura que mejor encaja en el engranaje político que el propio Mazón construyó y dejó a punto antes de dar el salto nacional.
Si la intención fuese alterar el rumbo, se habría buscado un perfil más autónomo, capaz de marcar distancia con el ciclo anterior. No es el caso. Pérez Llorca ha sido uno de los ejecutores más disciplinados de la línea política del partido en la Comunitat, sin desmarques y sin estridencias. Su designación es, a efectos prácticos, una extensión del mandato de Mazón.
El hecho de que la decisión cuente con el respaldo unánime de las direcciones provinciales no sorprende: nadie veía en esta sucesión un debate real, porque el candidato llevaba semanas señalado como el favorito de Mazón. En política, pocas unanimidades son espontáneas.
El candidato más cómodo para Vox
Hay otro elemento que explica la ausencia de alternativas: Pérez Llorca es, dentro del PP valenciano, el dirigente que mejor sintonía mantiene con Vox. No es un secreto en Les Corts ni en las estructuras locales. Su perfil no amenaza la estabilidad del pacto, y eso —en un contexto de tensiones crecientes entre las direcciones nacionales de ambos partidos— pesa más que cualquier promesa de renovación.
A Feijóo le interesa blindar el gobierno valenciano antes de las próximas negociaciones estatales, y a Vox le encaja un interlocutor que no cuestiona el marco que han construido con Mazón. En ese equilibrio pragmático, el “cambio” queda relegado a un eslogan.
Lo que queda al final es la sensación de que la Comunitat Valenciana no vive un relevo político, sino un trámite. A falta de una votación formal, Pérez Llorca ya actúa como presidente continuista: sin ruido, sin discurso propio y sin intención aparente de modificar ninguna de las líneas impuestas por su antecesor.
Feijóo lo presenta como la figura capaz de traer “estabilidad”. Pero la estabilidad a la que se refiere no es la institucional, sino la interna: la del partido, la del pacto con Vox y la del proyecto que Mazón quiere seguir pilotando, ahora desde otra planta del edificio político.
La investidura llegará en cuestión de días. El cambio, en cambio, puede tardar bastante más.
















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