
Hoy vamos con una de las recetas más antiguas de la Península Ibérica: el ajoblanco. Un plato humilde, de origen incierto (romano, andalusí, mediterráneo en cualquier caso), que ha resistido siglos sin apenas cambiar. Eso ya dice mucho.
Porque el ajoblanco no es solo una sopa fría. Es historia molida. Una emulsión que nace de la necesidad, se transforma con el ingenio y se convierte en placer. Lo curioso es que sus ingredientes caben en una bolsa pequeña: pan duro, almendras, ajo, vinagre, agua, sal y aceite de oliva. Nada más. Ni menos.
¿QUÉ ES EL AJOBLANCO?
Una crema blanca, fría y densa, que recuerda al salmorejo por textura, aunque su sabor va por otro camino. Algunos creen que viene del salmonium romano, una especie de sopa fría con pan, ajo, sal y grasa. Otros apuntan a Al-Ándalus, donde alguien tuvo la brillante idea de sustituir la grasa animal por aceite de oliva e incorporar almendras. Ahí nace la magia.
CÓMO HACER AJOBLANCO EN CASA
Ingredientes:
- 200 g de almendras crudas peladas
- 150 g de pan del día anterior, remojado y escurrido
- 2 dientes de ajo (sin germen si no quieres repetirlo toda la tarde)
- 200 ml de aceite de oliva virgen extra
- 30 ml de vinagre (el que más te guste)
- 1 litro de agua muy fría
- Sal al gusto
Opcionales para servir: uvas blancas, melón, almendras fileteadas, huevo duro, o unas gotas de AOVE por encima.
Preparación:
- Tritura bien las almendras, el ajo, el pan, el vinagre, la sal y un poco de agua hasta que quede una pasta fina.
- Añade poco a poco el aceite mientras sigues batiendo, como si hicieras una mayonesa.
- Incorpora el resto del agua hasta lograr una crema ligera y emulsionada.
- Prueba de sal, deja enfriar bien en la nevera y sirve con lo que tengas a mano.
Tiempo total: 10 minutos. Resultado: una maravilla.
5 BENEFICIOS DE COMERTE UN BUEN AJOBLANCO
- Es barato. Todo lo que lleva suele estar por casa. Y si no, se compra por poco. Da para muchos y cuesta poco.
- Es nutritivo. Tiene grasa buena (AOVE), proteínas vegetales (almendra) y algo de fibra (pan). Perfecto como plato completo en días de calor.
- Es refrescante. Su temperatura y acidez ayudan a combatir el calor desde dentro. Mejor que un aire acondicionado.
- Es fácil de hacer. Sin fuegos, sin complicaciones. Una batidora y ganas.
- Es cultura viva. Al comerte un cuenco de ajoblanco estás conectando con siglos de historia mediterránea. Con Roma, con Al-Ándalus, con tu abuela o con quien te lo enseñó.
UN PLATO QUE SE QUEDA
Pese a su sencillez, el ajoblanco ha resistido el paso del tiempo casi sin cambios. No es una moda. Es uno de esos platos que no necesitan reinventarse. Como el arroz con cosas. Como el tomate en rodajas con sal. Como el buen pan.
Y, sí, si quieres una versión más densa y potente, prueba la mazamorra cordobesa: misma base, pero con menos agua y un toque de huevo duro y aceitunas negras por encima. Es ajoblanco concentrado, como si le hubieras quitado el WiFi a la receta y la hubieras hecho más intensa.
Deja una respuesta