
Otra inyección de dinero europeo para la supuesta regeneración urbana de Alicante, otro puñado de promesas envueltas en el celofán de la sostenibilidad y la innovación, y otro plan con nombre grandilocuente: «Alicante 2029». Suena bien, ¿verdad? Un horizonte de modernización, una ciudad más verde, digital y socialmente cohesionada. Pero, ¿Cuántas veces hemos oído esto antes?
El Ayuntamiento, con su maquinaria bien engrasada de comunicados y discursos optimistas, anuncia a bombo y platillo la extensión del Plan de Actuación Integrada (PAI) a Colonia Requena y Juan XXIII. No se trata de una decisión improvisada, claro, sino fruto de un supuesto «proceso participativo» de ocho meses. Un proceso en el que, curiosamente, las mismas voces de siempre han decidido lo mismo de siempre. Y mientras los titulares destacan la cifra de casi 20 millones de euros, convenientemente ocultamos la letra pequeña: sólo el 60% vendrá de fondos europeos, lo demás… aún está por ver, porque, para variar, no hay acuerdo entre quienes gobiernan y la casi invisible oposición. Por lo que dentro de 4 años, todos los supuestos pueden acabar en saco roto.
El guion se repite. Infraestructuras deportivas renovadas, espacios públicos modernizados y hasta una agenda de digitalización con palabros de moda como «Smart», «ciberseguridad» o «inteligencia artificial». ¿Acaso alguien recuerda en qué quedó aquella lluvia de millones de la EDUSI? ¿Dónde están los proyectos que en su día se anunciaron con la misma pompa y circunstancia?
La regeneración de los barrios más castigados de la ciudad es, sin duda, una necesidad urgente. Pero la experiencia nos dice que, muchas veces, estos planes acaban beneficiando más a las constructoras y a los titulares electorales que a los propios vecinos. ¿Se ha consultado realmente a toda la gente de Colonia Requena y Juan XXIII? ¿O seguimos con las reuniones a puerta cerrada, los informes llenos de términos rimbombantes y la habitual opacidad en la gestión de estos fondos?
Alicante nunca ha tenido una conexión real entre sus proyectos. Se hacen las cosas al tuntún, sin un plan consensuado, ni una estructura definida de lo que podría llegar a ser. Nadie piensa en el medio-largo plazo, a diferencia de ciudades como Bilbao, que supo vertebrar su transformación en torno a proyectos estratégicos como el Guggenheim o el Euskalduna. Aquí, en cambio, el urbanismo parece más una colección de parches que una planificación coherente.
Y luego está la gran pregunta: ¿quién garantiza que este plan se ejecutará en tiempo y forma? Porque si algo caracteriza a estos megaproyectos es su facilidad para desinflarse con los años, acumulando retrasos, sobrecostes y, cómo no, inauguraciones exprés justo antes de la siguiente campaña electoral.
Por si fuera poco, Alicante sigue sumida en el «feísmo» urbanístico. Ni conexión arquitectónica, ni suficientes zonas verdes, ni carriles bici que realmente sirvan para algo. La desastrosa implementación de la zona de bajas emisiones es otro ejemplo de la improvisación imperante, al igual que la cantidad ingente de fondos EDUSI y FEDER que se han perdido por una gestión deficiente.
Así que sí, Alicante 2029 suena bonito. Pero si los barrios olvidados de la ciudad no ven mejoras tangibles en su día a día, esta estrategia será otra promesa más en el cajón del marketing político. Mientras tanto, los de siempre seguirán vendiendo humo. Y los vecinos humeados.
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