La actriz y cantante Brigitte Bardot ha fallecido este domingo a los 91 años, según ha comunicado su fundación. Con su muerte desaparece una de las figuras más influyentes —y contradictorias— de la historia del cine europeo del siglo XX, un icono cultural que trascendió la pantalla para convertirse en símbolo de una época, de una libertad nueva y de una mirada distinta sobre la mujer en el cine.
Bardot no fue solo una estrella: fue un acontecimiento. Su irrupción en la escena internacional con Y Dios creó a la mujer, dirigida por Roger Vadim, supuso un terremoto moral y estético. Aquella Juliette sensual, indómita y ajena a los códigos tradicionales del deseo femenino rompió con décadas de representación contenida. BB —como el mundo empezó a llamarla— inauguró una nueva gramática del erotismo cinematográfico: natural, provocadora, libre.
Durante las décadas de 1950 y 1960, Bardot se consolidó como una de las grandes musas del cine francés. Su colaboración con Jean-Luc Godard en Le Mépris mostró una faceta distinta, más compleja y melancólica, integrada de lleno en el discurso de la Nouvelle Vague. Poco después, Louis Malle la dirigió en Viva Maria!, papel que le valió una nominación al BAFTA como Mejor Actriz Extranjera y el reconocimiento definitivo de la industria.
Actuó en 47 películas, protagonizó musicales, grabó más de 60 canciones y fue fotografiada hasta el agotamiento por una prensa que la convirtió en mito global. Sin embargo, el precio de esa exposición fue alto. En 1973, con apenas 39 años, Bardot abandonó el cine de manera definitiva, rechazando una fama que sentía como una jaula. En 1985 declinó incluso la Legión de Honor que le ofrecía el Estado francés, gesto coherente con su voluntad de romper con su pasado artístico.
Desde entonces, su nombre volvió a la esfera pública por motivos ajenos al cine. Su defensa radical de los derechos de los animales marcó una segunda vida militante, tan vehemente como polémica. A ello se sumaron posicionamientos políticos extremos que empañaron su legado cultural: su apoyo al Frente Nacional, sus declaraciones contra la inmigración y el islam, y varias condenas judiciales por incitación al odio racial. Una deriva que desconcertó a quienes seguían viendo en ella el símbolo luminoso de la emancipación femenina.
Nacida en París el 28 de septiembre de 1934, en el seno de una familia burguesa, Bardot se formó inicialmente como bailarina clásica. El azar —una sesión fotográfica a los trece años— la condujo al modelaje y, poco después, al cine. Su matrimonio con Vadim marcó el inicio de una carrera meteórica que la llevaría a convertirse en uno de los rostros más reconocibles del planeta.
Hoy, al despedir a Brigitte Bardot, el cine pierde a una de sus figuras más decisivas. Amada y discutida, luminosa y problemática, su imagen sigue siendo inseparable de una transformación profunda del imaginario cinematográfico y social. Bardot encarnó como pocas el conflicto entre libertad y mito, entre persona y proyección pública. Y aunque su figura quede atravesada por sombras, su impacto en la historia del cine es, sencillamente, imborrable.
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