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El 22 de diciembre, el espíritu de la Navidad y la realidad

22 de diciembre de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

(para no herir susceptibilidades, este artículo es un compendio de sensibilidades extraídas de un grupo de Whatsapp, por el que una serie de pobres con esperanza, hemos ido colgando vivencias personales de estos días, a medida que nos íbamos dando cuenta, de que hoy, tampoco, íbamos a hacernos ricos.

En él, hay realidad, hipérbole e ironía, pero creo que sirve para que quien, sin ser rico, sí puede permitirse otras cosas, o quiere vivir estas fechas con alegría, se dé cuenta de que no todxs podemos vivirla así).

Hoy es 22 de diciembre. Seguramente, como yo te habrás despertado con la ilusión de pensar que igual hoy pasa algo. No porque seas ingenuo, sino porque llevas todo el año aguantando mierdas y el cuerpo pide una tregua. No un premio. No un milagro. Un respiro. Porque soñar, de momento, sigue siendo gratis. Y desahogarse, más o menos, también.

«No pasa… nunca pasa… » -escribía a primera hora la más ceniza del grupo- con una mezcla de pesimismo y superstición. Y, tenía razón, esto es el mundo real. Y, la verdad, tienes derecho a que lo que te rodea, te guste – o no – lo mismo que ayer. Y que la respuesta a cuánto: sea nada.

A las 13.40h, las frases iban en torno a «Toca seguir trabajando, madrugando, pagando facturas. Toca seguir cumpliendo como si tu vida tuviera un sentido». Y claro que lo tiene, tendría otro si nos hubiera tocado el Gordo. Pero tu mérito real, es que aunque nadie te lo agradezca: sostienes cosas. Personas. Días. Y si tú fallas, alguien cae. Así de simple. No hay épica, pero sí cierta responsabilidad. Y, por ella, sigues andando… mientras tengas salud, claro. Esperando a que se te aparezca la conciencia como a John Bailley en ¡Qué bello es vivir!

Supongo que el problema no eres tú, ni yo. Porque, en realidad, hacemos lo que podemos con nuestro tiempo, nuestros medios, nuestro conocimiento y nuestras circunstancias. Pero para seguir, hay un entorno edulcorado que no siempre ayuda. Y a veces, hasta te sumas compartiendo ilusiones en un día como hoy. Incluso si no tienes nada que celebrar, ni un árbol que decorar, ni familia con la que sentarte el día 24, o el 25.

La Navidad puede ser mágica, pero también es una época que convierte la precariedad en un defecto personal. Una parte de la conversación, mientras caían números que no coincidían con el nuestro, iban en torno a que… «Si no llegas, es que no te organizas». «Si no compras, es que no quieres».«Si no celebras, es que eres un amargado». Es verdad que puedes hacer un Belén con rollos de papel higiénico, no tienes por qué cenar caviar, ni hace falta que te bebas el mejor champagne. Pero, a pesar de esa «lógica»: Vivir con lo justo se convierte en algo incómodo para los demás, casi ofensivo. Así que hay que disimularlo. Sonreír. No estropear el ambiente imperante.

Importa poco que haya regalos que no puedes comprar. Pero todo esto va más allá, porque enumerando experiencias duras, en el grupo salen cosas como uno que se ha visto obligado a comprar un jersey con renos para no sé qué fiesta del trabajo, otro que fue a una cena solidaria, más de uno se ha tenido que inventar una excusa para no ir a un viaje de amigos que no puedes pagar, o perderte fiestas, porque tú no tienes el cuerpo de jota. » ¡Disfruta tu viaje! ¡Goza tu fiesta! ¡farda con quien también lo lleve, de tu vestido de lentejuelas, tu jersey navideño o el Panetone más caro de la historia! » Pero, por favor, mira delante de quién lo haces.

Porque no pasa nada por cumplir la parte importante de esta fiesta: tener empatía. Y «que tú disfrutes el concierto de las K-Pop con tu hija, no tiene por qué ser un trauma para la mía». O que en tu casa vaya a haber 1000 regalos superfluos el día 25, no significa que puedas presionar al resto de niños de 6 años convirtiendo algo maravilloso como la inocencia, en un motivo de desilusión o de pena.

Cada cuál educa a su manera. No creo que nada, a estas alturas, vaya a imponerse. Ni hace falta generar diferencias. Por circunstancias, yo, personalmente, extraigo el lado positivo, porque mi hija, al fin y al cabo, sabrá valorar lo que tiene, porque entiende lo que supone y cuesta cada sacrificio. Hecho que no quita, para que a mí me suponga un sobre esfuerzo educarla así, en un mundo de monos consumistas que desde Halloween llevan dando por saco a la parte cruda de muchas existencias nimias.

Las conversaciones, puedo llevarlas. Al menos yo, que tengo una vida cultural íntegra sin tener que pagar tres plataformas para ver la serie de moda. Pero seguramente, la frase más rompedora de la mañana ha sido que «la pobreza también hace que dejes de encajar». Todos sabemos que en el 99% no hay mala fe, pero el resultado es el mismo: quedas fuera.

Y aquí no hablo de redes sociales, porque esas se apagan y dejan de molestarte. Hablo de la vida real. De gente presumiendo, constantemente ante ti, sin darse cuenta. Enseñando lo que tiene, lo que compra, lo que puede permitirse. Cada comentario es un recordatorio de lo que tú no tienes. No porque seas menos, sino porque el sistema reparte mal. El beneficio y el peso.

Si vives en esa burbuja, me alegro por ti. Y sé que no lo tienes por qué entender, pero a mí, ni a muchos de mis interlocutores de hoy, nos preocupa no tener más. Cuando vives tratando de no caerte, de llegar a fin de mes, de que nada se rompa ¡Por Dios! o de pagar el alquiler, esas cosas brillantes dejan de llamarte la atención. Y no es tristeza – aunque pueda darte pena -. Es supervivencia.

Pero claro, cuando todo a tu alrededor insiste en vender felicidad obligatoria, consumo constante y entusiasmo forzado, acabas pareciendo el problema. Si no sonríes, molestas. Si no celebras, estorbas. Si no entras en el juego, eres raro.

Así que hoy, que seguimos siendo pobres, pedimos perdón si nuestras caras no acompañan tu Navidad. No es envidia. No es resentimiento. Es cansancio y decepción por tener que fingir o justificarnos. De hacer como que todo va bien cuando no va de ninguna manera.

Si hoy nos hubiera tocado la lotería, seguramente, tendríamos otra cara, el que se quejaba del jersey llevaría su reno con orgullo. Yo, aunque mi vida se pareciera a la de ayer, quizá, no hubiera escrito esto tan común. Pero no ha tocado. Y mañana tampoco tocará. Y aun así seguiremos aquí, con la ilusión intacta, sosteniendo lo que otros dan por hecho.

Como en ¡Qué bello es vivir!, sí, la vida importa. Para eso tenemos conciencia. Pero en esta versión en color de 2025 no hay abrazo final. No hay comunidad salvadora, Ni villancico a 10 voces. Hay ruido, presión y una alegría exhibida que no deja espacio a quien solo está intentando aguantar. Porque el mal de muchos no es consuelo de nadie. Y eso no significa que tú que puedes, tengas que dejar de celebrar. Simplemente, nos gustaría que cuando lo hagas, lo hagas con menos exhibición y más conciencia.

O al menos que antes de hacerlo, miréis delante de quién lo hacéis. Por que mientras algunos brindan, otros sólo intentamos que la vida no se nos caiga encima. Y eso no es amargura. A mí me encantaría estar en otra tesitura, pero es mi realidad – y la de los 12 que formaban ese grupo de Whatsapp – y si realmente crees en el trasfondo real de la Navidad, te diré que mi carta de Reyes es simple: ten empatía y respeta al que no es(tá) como tú. Yo lo intento. Quizá con eso valga. Intentarlo y ponerte en otras pieles. Quizá así recuperemos un espíritu que no sé muy bien dónde coño se ha quedado. Pero que era bastante mejor – aún con su parte católica- que el que hay ahora.

Dicho lo cual, ¡Feliz Navidad! a pesar de todo.

Publicado en: Crítica Social, España, noticias breves, opinión, REVISTA, SOCIAL




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