
He visto el documental «El Universo David Lynch» antes de venir, con la intención de sumergirme nuevamente en los recovecos de una mente maestra, de revivir las sensaciones que me dejaron sus películas. Llevo toda la semana alternando fragmentos de Terciopelo azul, Inland Empire y El hombre elefante, buscando recuperar el impacto visceral que me provocaron la primera vez que las vi.
Aún recuerdo ese atónito sentir, esa mezcla de fascinación y desconcierto, mientras me adentraba en los mundos distorsionados de Lynch. Cada fotograma parece ser una cápsula de enigma, donde la duda no solo habita, sino que también se impone como regla. Y es que, el cine de Lynch es un constante juego entre lo que es maestría y lo que puede parecer locura. Algo similar ocurre cuando escuchas dos conciertos de punk en una caja negra.
Puedes preparar tus sentidos, anticipar lo que vas a ver o escuchar, pero jamás podrás describir con palabras la intensidad de la vibración que sacude tu cuerpo al escuchar un guitarrazo o la velocidad de la batería que hace temblar tu tímpano. Esa es la diferencia entre imaginarlo y vivirlo.
Así es el arte, la música, la cultura en su forma más cruda. Y Alicante necesita de estos terremotos. La ciudad necesita reventar el medidor de la Escala de Richter sociocultural, aunque sea por un par de horas a la semana, para que se pueda sentir lo que es la vibración real, la que no está encajonada en un formato que podamos controlar, sino la que nos atraviesa y nos sacude por completo.
Hoy, mientras me preparo para la experiencia, en los créditos leo los nombres de Palmar de Troya y Pioneras s. Los veo como piezas fundamentales de una creación colectiva que se desenvuelve bajo la dirección de @amistat.amistat, un colectivo que sabe cómo hacer que los hilos invisibles del arte se conecten de manera fluida. Alicante, a pesar de que siempre ha sido conocida por su sol y su mar, se ve ahora como el epicentro de una explosión de creatividad que va más allá de la superficie.
Los secundarios del evento, esos alicantinos que nunca tuvieron la intención de ocupar el primer plano, son los que también construyen la atmósfera, con sus presencias discretas pero fundamentales. Ellos, al igual que los actores en una película de Lynch, son invisibles hasta que cobran sentido, hasta que la trama requiere su peso para que el relato sea completo.
Hoy es 18 de enero. Es mi segundo concierto del año, y aunque la noche no haya hecho más que empezar, ya sé que la vibración de este espacio no se olvidará fácilmente. Y espero que los conciertos que estén por venir sigan siendo igual de intensos, provocadores e inspiradores.
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