
La concejala de Urbanismo, Rocío Gómez, ha vuelto a poner en el punto de mira dos de los últimos pulmones libres de la ciudad: La Sangueta y el futuro Parque Central. Mientras se abren procesos de participación ciudadana y se presentan estudios encargados a consultoras externas, el discurso oficial suena cada vez más a cuenta atrás para aprovechar los pocos espacios sin edificar que quedan dentro del núcleo urbano. Literalmente.
Calificar como “vacíos” estos terrenos —cuando son, en realidad, espacios abiertos con enorme valor paisajístico, histórico y social— solo encaja en una mentalidad que ve en cada metro cuadrado libre una oportunidad para levantar más cemento. Así, con una naturalidad desconcertante, se presenta la voluntad de ordenar estas zonas antes de que acabe la legislatura. Que no se diga que no hay prisa.
Resulta especialmente preocupante el caso de La Sangueta, un enclave con historia, vistas privilegiadas y potencial para convertirse en un verdadero espacio verde y ciudadano. Pero no. El urbanismo de la urgencia prefiere mirar hacia arriba —más bloques, más altura, más sombra sobre lo poco que respira la ciudad— antes que plantearse un urbanismo que piense en la calidad de vida. O algo que gire en torno a la Británica (que por cierto, no sale en ninguno de los puntos del nuevo plan general, y debería), o el contexto de paseo de La Cantera que acaban de hacer.
La edil Gómez aseguró en La Ser que se pondrá “especial atención” a estos dos enclaves. Lo que no termina de aclarar es si esa atención irá en la dirección que muchas voces reclaman: más espacios públicos, más verde, más ciudad para vivir y menos para especular.
En medio de esta deriva, se lanzan propuestas sobre movilidad, intermodalidad, infraestructuras verdes y vivienda asequible. Palabras que suenan bien sobre el papel pero que, en la práctica, suelen diluirse entre rotondas, rondas y más rondas. Mientras tanto, los paisajes agrarios desaparecen, los barrios se fragmentan y las zonas naturales se convierten en márgenes de autovías.
También se habló de vivienda turística y de una moratoria que, según la edil, servirá para estudiar el fenómeno. Un año para recopilar datos y otro, con suerte, para hacer algo. Pero con esa misma lógica, no extrañaría que se regularan cuando ya no quede vivienda residencial que proteger.
El futuro de Alicante se juega en lugares como Sangueta. Y si la planificación urbana no empieza a entender el vacío como valor y no como amenaza, no habrá Plan General Estructural que le devuelva a la ciudad lo que el cemento le quite.
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