
Hay una magia silenciosa que solo ocurre cuando cae la medianoche y todo parece calmarse. Para los noctámbulos de espíritu curioso, trasnochar no es una simple falta de sueño: es una declaración de principios, una búsqueda solitaria que encuentra su templo en un rincón especial de la televisión pública. Hablo, por supuesto, de La 2, ese canal que, lejos del ruido de los programas convencionales, se convierte en refugio de los insomnes ilustrados.
Supongo que hay un placer muy particular en resistirse al sueño sabiendo que a esas horas La 2 saca sus verdaderas joyas. Documentos TV, con su mirada profunda sobre realidades complejas y, a veces, olvidadas, el impetuoso deseo de ver un directo de Radio 3, o que surjan cosas como la cocina del Neolítico, un estudio minucioso de la arquitectura romana, o un canto a la democracia con irrebatibles datos históricos.
El arte y el pensamiento, compensan el tedio de la rutina. La teoría dice que hay que dormir más, pero es el momento del día, en el que nadie puede molestarte, porque los niños duermen, las influencers y el prime time ha pasado hace un rato y la vida fluye incluso con tu culo pegado en un sofá.
Mientras otros canales se rindieron hace tiempo al zapping sin rumbo y la repetición sin alma, La 2 persiste en su tarea casi monástica de alimentar mentes despiertas. Cuando la cantidad no importa, otros programan teletiendas infumables, el mundo duerme y las luces de la casa están apagadas salvo por el resplandor del televisor, uno se siente cómplice de un secreto bien guardado: el de que la cultura también puede ser una forma de resistencia nocturna.
Claro que al día siguiente, con la alarma zumbando a las 6.57h los ojos como platos, uno se pregunta si valió la pena. Pero la respuesta, invariablemente, suele ser sí. Así que brindemos —con café, si hace falta— por esos insomnes que prefieren un buen documental a una serie más, una charla científica a la enésima tertulia política sin fundamento. Brindemos por quienes aún encuentran placer en trasnochar viendo La 2. Porque en su constancia está la dignidad de la programación. Y el valor de los servicios públicos de calidad.
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