
Según el Síndic de Greuges, Ángel Luna, la DANA no solo arrasó con infraestructuras y vidas, sino que también destapó el monumental fracaso de la Administración en su supuesto deber de proteger el derecho a la vida. Un detalle sin importancia, claro, si lo comparamos con la intensa competición entre administraciones por ver quién daba la mejor rueda de prensa o anunciaba más ayudas (aunque luego los afectados se las vean y deseen para recibirlas).
En su Informe Anual 2024, entregado en Les Corts, Luna subraya el espectáculo de descoordinación, falta de lealtad institucional y ausencia de prioridades en la gestión de la crisis. Mientras unos intentaban gestionar el desastre, otros estaban demasiado ocupados culpándose mutuamente y asegurándose de que sus respectivas banderas ondearan más alto en la tragedia.
Con 227 fallecidos y una persona desaparecida, la respuesta institucional brilló, pero por su ineficacia. Según Luna, las administraciones decidieron que la mejor estrategia ante la catástrofe era demostrar su talento para la confrontación. «En situaciones así, lo primero que hay que hacer es colaborar, no hacer malabares para evitar que el otro se lleve el mérito», lamentó el Síndic.
Pero no todo es caos. También ha habido una carrera contrarreloj por anunciar ayudas, subvenciones y planes de reconstrucción, con el pequeño detalle de que nadie se molestó en simplificar los trámites, lo que dejó a los afectados en un laberinto burocrático digno de Maquiavelo. Mientras los damnificados intentaban recomponer sus vidas, las administraciones se aseguraban de que la información llegara en forma de confusión y trámites contradictorios.
El informe también refleja un panorama desolador en materia de quejas ciudadanas. Se han disparado en un 21%, especialmente en áreas como dependencia y vivienda. Pero si algo ha aumentado de forma espectacular es la falta de transparencia, que creció más de un 43%. La Administración sigue con su pasatiempo favorito: esconder información y esquivar responsabilidades, un arte en el que, al parecer, ya han alcanzado la excelencia.
Y, como guinda del pastel, Luna recuerda que él hubiera investigado gustosamente la gestión de la DANA, pero la ley no se lo permite si hay procesos judiciales en marcha. Así que serán los tribunales los encargados de desentrañar el embrollo, aunque a estas alturas nadie tiene muchas esperanzas de que se traduzca en consecuencias reales.
En resumen, la DANA dejó claro que la catástrofe natural solo fue el principio. El verdadero desastre fue, una vez más, la gestión pública.
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