
- Alicante vuelve a planear su futuro desde el cemento. Pero, por ejemplo, no hay respuesta a ¿de qué vamos a vivir dentro de 20 años?
- A pesar de que los talleres explicativos del Ayuntamiento fueron un martes, a horas en los que la gente normal trabaja, hemos recopilado una serie de datos básicos para informar de lo que, por desgracia, el consistorio no concreta.
- Eso sí, faltan estudios específicos de zonas vulnerables de turismo, de vivienda o de dignidad.
- Tras 9 horas de explicación, la sensación que queda es que hay más humo que realidad en lo explicado.
Mientras muchas ciudades europeas miran hacia un futuro sin coches, priorizando la sostenibilidad, la salud pública y la cohesión urbana, Alicante sigue atascada en un urbanismo de hace décadas. El recién presentado diagnóstico para el futuro Plan General Estructural (PGE) deja claro que, más que planificar una ciudad moderna, conectada y habitable, se insiste en una visión anclada en el cemento, los desvíos de tráfico y los grandes ejes viarios como solución estructural.
En las poco concurridas sesiones informativas del martes, se evidenció que el documento plantea, como gran novedad, liberar de coches el litoral urbano. Una medida que llega tarde y mal conectada, como casi todo en esta ciudad. La idea, repetida desde hace años, de peatonalizar el frente marítimo entre la avenida de Elche y la Serra Grossa se recicla ahora sin una visión integral ni compromisos concretos. La costa quedaría libre de tráfico… si se ejecutan nuevas vías exteriores y si otras administraciones ponen el dinero. Es decir, un proyecto condicionado, a largo plazo y sin garantías.
El urbanismo de los “parches”
El principal problema no es la propuesta, sino el marco desde el que se lanza. Alicante lleva 40 años sin Plan General. Cuatro décadas de desarrollo urbano a golpe de parche, sin cohesión entre barrios, sin integrar los elementos patrimoniales o naturales, y sin conexión entre las actuaciones pasadas, presentes o futuras. El error no fue solo no planificar: fue dejar crecer la ciudad sin rumbo.
En lugar de reparar esa deuda histórica con un plan innovador, el nuevo documento vuelve a priorizar los grandes desarrollos, los cinturones de asfalto y el crecimiento periférico. Se habla de eliminar el tráfico del centro, pero no se apuesta con decisión por un transporte público vertebrador ni por la pacificación de los barrios. Todo sigue girando en torno al coche.
Y lo peor es que en la supuesta participación ciudadana, sólo hay reductos de una herencia que encima ondean con orgullo en lugar de con la suma vergüenza que deberían tener por todas las chapuzas enumerables de los últimos 40 años.
Una ciudad fragmentada
Alicante sigue sin resolver su gran déficit: la desconexión entre sus partes. El plan reconoce que faltan nexos entre barrios y que las dotaciones son desiguales. También admite el abandono del paisaje agrario, la presión sobre los suelos naturales y la fragmentación del espacio urbano. Pero en lugar de proponer soluciones ambiciosas y coordinadas, lanza medidas inconexas, dependientes de financiación externa o subordinadas a otras infraestructuras aún por definir.
Se plantean, por ejemplo, la mejora del sistema TRAM, la estación intermodal o la conexión con el tren de la costa. Ideas necesarias pero ya conocidas, pendientes desde hace años y sujetas a la voluntad del Gobierno central. Mientras tanto, los problemas reales —movilidad diaria, acceso a la vivienda, igualdad en los servicios públicos— siguen esperando respuestas estructurales.
Demografía y vivienda: entre la pasividad y el maquillaje
El informe reconoce que la población crece apenas un 0,10% anual desde 2011 y que el motor de ese leve aumento es la inmigración. Sin ese flujo, Alicante estaría en regresión. También se apunta el envejecimiento de barrios como Benalúa, Alipark o el Raval Roig. Pero, lejos de generar una estrategia demográfica, el PGE parece más preocupado en justificar la construcción de más vivienda, a pesar de que el 90% del parque actual está en buen estado y la ratio de vacíos está por debajo de la media nacional.
Se habla de “recualificación” y “regeneración”, pero el lenguaje técnico no oculta una intención de seguir promoviendo nuevos sectores residenciales, con fórmulas que suenan a marketing más que a transformación social. La “Ciudad Creativa”, el “Parque Central” o los “nodos de centralidad” podrían tener sentido… si vinieran acompañados de un cambio de modelo. Pero en este contexto, suenan más a envoltorio que a contenido.
¿Y el medio ambiente?
Tímidamente, el informe menciona los riesgos naturales, especialmente el de inundaciones, y recomienda estudios actualizados. (y eso que en la Universidad tienen a uno de los mayores expertos sobre el tema, igual que todas las personas que siguen esperando una llamada).
También plantea la creación de corredores verdes y una malla de espacios naturales conectados. Pero de nuevo, todo queda en la categoría de sugerencia. No hay una apuesta decidida por una transición ecológica ni por un urbanismo que priorice la resiliencia frente a la emergencia climática.
Un modelo agotado que se resiste a cambiar
La lectura de los documentos previos del futuro PGOU deja una sensación clara: Alicante no quiere reinventarse, solo reorganizar lo que ya tiene. Se intenta maquillar un modelo de ciudad agotado, basado en el coche, el desarrollo expansivo y el cemento, con algunas pinceladas verdes o culturales que no logran ocultar la falta de ambición.
Los datos recopilados se pueden interpretar de muchas maneras. Pero en ningún momento se habla de la importancia de los estudios, de las localizaciones de personas vulnerables, o de la obvia desigualdad que el turismo genera y producirá próximamente.
Pero, ¿Sabéis lo que ha cambiado? Que una vez más, desde el Ayuntamiento se pretende convertir esto en un reparto poco equitativo de migajas que a ellos no le suponen nada. La diferencia es que esta ciudad ha dejado de estar llena de gilipollas y quienes hoy se quejan, entienden que los que tienen que ceder, esta vez, son los que pretenden decidirlo todo. Esto no trata de poner un árbol, o cambiar brea por columpios. Ni siquiera de que hagan un metro más de carril bici, o nos digan donde va a ir el colegio que reclamamos para nuestros hijos. No. Esto va de los 20 próximos años de Alicante y ahora hay perspectiva suficiente para saber que una medida no es una razón de orgullo. Lo que debe satisfacernos es justo lo que no están haciendo: una proyección de futuro con una ciudad más habitable, cohesionada y moderna, corre el riesgo de convertirse en un ejercicio burocrático más. Uno que, como los anteriores, perpetúe el desequilibrio, la desconexión y la falta de visión a largo plazo.
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