
Sentarte a las ocho de la tarde. Eso es todo. O eso parece…
Pero, de repente, no. Porque hay algo raro en el aire. Huele a regaliz y a fresa. Una luz amarilla enfoca tus rarezas, fuera llueve, pero tu estás penetrando en otra dimensión… y sin quererlo te has metido dentro de un bucle inquietante, hipnótico y cálido.
Un papel en blanco pasa por las manos del cantautor y el anestesista que me acompañan. Escribimos versos de poemas a oscuras y sin leer lo que ha escrito el otro antes. Hace un rato estábamos escuchando a los Pixies en el Jendrix, y ahora parece que un extraterrestre te fuera a abducir con un sintetizador modular.
Se nota que es primavera. el show avanza y el hedonismo crece en este jardín con gente que aplasta flores invisibles con sus culos. Hay atisbos de trance, una vía cognitiva que activa la parte en la que te encuentras suficientemente cómodo para meditar.
Shhh es un ciclo. Una idea. Un refugio. Un conglomerado de preguntas que te haces mientras te sumerges en la parte etérea de la música. Y te preguntas si estás bien, con quién estás, con quién estarías si no estuvieras aquí, mientras una atmósfera de tarde lluviosa envuelve tus preguntas y te dice: -escucha-.
El programa de este segundo capítulo nos trajo una doble solemnidad de sonidos envolventes y cabezas que se agitan despacio.
Primero, ETHR, que nos llevó de la mano por paisajes de electrónica sensible, de texturas que no se tocan pero que te rozan. Cuerdas flotando, pianos que no llegan a sonar, silencios que pesan más que una guitarra distorsionada.
Después, Ylia, viajera de frecuencias y frecuentadora de lugares como Sónar o Mutek, nos deslizó por un set tan íntimo como expansivo. Como si en vez de pinchar, susurrara al oído de cada asistente. Como si en vez de beats, nos lanzara preguntas.
La noche —y la lluvia— acabaron en Las Cigarreras, entre pasillos blancos y salas de exposiciones que también preguntaban cosas. Nos dio tiempo hasta para ver las exposiciones «Manual de la siega» y “El agua diluye mis palabras”.
Y resulta curioso como el hecho de pararse a escuchar, hace que tus conversaciones de después sean mucho más interesantes. Deberíamos hacerlo más a menudo: callar, rodearnos bien, escribir a oscuras y vivir la vida de otra manera, lejos – y cerca- de nuestra zona de confort.
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