¡Habemus Alicante!

o habemus urbanismo… (ojalá fuera real la distopía)

En un inesperado giro hacia el surrealismo político, la ciudad de Alicante ha decidido que la única manera de desbloquear la aprobación del nuevo Plan General será… convertir el proceso en un cónclave al más puro estilo vaticano.

Olvídense de las comisiones infinitas, de los plenos teatrales y de los tweets de humo. Aquí, humo habrá, sí, pero del bueno: blanco cuando haya acuerdo, negro cuando no. El alcalde Luis Barcala, la oposición en pleno, técnicos municipales, asociaciones vecinales, plataformas ecologistas, colectivos de comerciantes y alguna que otra agrupación espontánea de indignados serán encerrados —literalmente— en el salón azul del Ayuntamiento, sin móviles, sin ruedas de prensa y, muy probablemente, sin dignidad al tercer día.

Condiciones básicas del nuevo reglamento:

• Duración: Hasta que haya consenso en cada maldito punto del mapa. Sin límite. ¿El futuro de la Playa de San Juan? ¿El uso del suelo en el PAU 5? ¿Qué hacer con Rabassa? ¿las zonas verdes? y las azules. Aquí no se sale hasta que haya respuesta, aunque el envejecimiento poblacional los convierta en fósiles políticos.
• Alimentación: Se permitirá una dieta básica de bocatas de lomo con queso y café recalentado. Un homenaje al funcionariado de los 90 y una venganza para quien haya defendido construir más centros comerciales que parques.
• Aspecto físico: Ojeras hasta el suelo, peinados imposibles, trajes arrugados y caras de desesperación pasarán a formar parte del paisaje. Una metáfora viva del urbanismo alicantino. Y siempre están disponibles los vestidos de alicantinas y trajes rojos de cardenales como en el Vaticano.
• Comunicación con el exterior: Prohibida. No habrá notas de prensa, ni filtraciones interesadas, ni vídeos triunfalistas en redes sociales. Solo habrá un mástil en la Plaza del Ayuntamiento, y de él saldrá humo blanco cada vez que se logre un acuerdo: «¡Habemus zona verde!», «¡Habemus carril bici!», «¡Habemus edificio de 40 plantas donde nadie lo pidió!».

Imaginemos a Barcala, a los portavoces del PSOE, Compromís, Vox y EU-Podem, debatiendo a las 4 de la mañana si una calle en el PAU 2 debe tener aceras de tres o cuatro metros, mientras un representante de los vecinos del barrio de Benalúa exige su ignorado centro socio-cultural y otro de la asociación de artistas propone convertir Las Harineras en un centro autogestionado.

Cada acuerdo sería un milagro urbano, cada disenso, un «suma y sigue» en el purgatorio de la política municipal. Quizá, con suerte, después de quince días, saldrían tambaleándose a la Plaza del Ayuntamiento, bajo un aplauso tibio de ciudadanos escépticos y vendedores ambulantes de agua fresca, con un documento que, por primera vez en décadas, sería fruto de un esfuerzo real, cara a cara, sin escapatoria posible.

¿Iban a sudar? Sí. ¿Iban a odiarse un poquito más? También. ¿Iban a conseguir un Plan General que no sea un simple Frankenstein de intereses inmobiliarios? No lo sabemos. Pero al menos, esta vez, habría valido la pena verlos despeinados y derrotados haciendo algo útil.

Quizá, solo quizá, la política no necesite más debates televisados. Necesite más cónclaves, más encierros… y más cafeteras vacías y camisas remangadas.