- Obra: Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro
- Compañía. Tal y Cual
- Fecha: 09 de noviembre
- Lugar: Teatro Principal de Alicante.
Reírse es importante, incluso de las desgracias. Por eso es, cuanto menos curioso, que la Muestra de Teatro de este año, haya coincidido en el tiempo con la reelección de Trump, o las cacicadas a cuentagotas, que hemos ido descubriendo tras la Dana. De hecho, es más curioso aún, que para ir al Teatro, el sábado, a las 19.00h, tuviéramos que bajarnos a mitad de la manifestación contra Mazón, que congregó a miles de personas en Alicante. Y a muchas más en Valencia.
Al sentarme en la vieja y torcida butaca del Principal, me planteaba cuál era, en realidad, la obra. Si lo que había estado viviendo fuera – antes de entrar- , o lo que iba a ver el resto de la tarde sobre el escenario.
Y es que, a veces, como Sancho Panza al final del Quijote, uno duda si el surrealismo está demasiado extendido por las rutinas por las que nos movemos. Y aunque hayamos perdido las ganas de pelearnos contra molinos de viento… ahí siguen, girando las aspas extendiendo aires diversos (y contaminados), entre bulos, sustantividades diversas como el cambio climático, la regresión del ser humano, la involución de la especie y el encumbramiento del mediocre.
A medio camino entre todo eso, me encontré de bruces con la obra «Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro». Una bendita casualidad, y, a la vez, una maravillosa hipérbole de una de esas tantas burradas que quedan sepultadas cada día por un disparate mayor.
Si te pones a pensarlo, el mundo está lleno de alcaldes como Julián – el protagonista de la obra-, que hacen de la buena intención un mal. Y de José Alfredos que ven vírgenes dónde sólo hay horizontes negros. Como en la obra, las escenas surrealistas se suceden, también en la vida real. En la sinopsis hay hueco para el pelotazo inmobiliario, para el pisoteo de lo que la ciencia evidencia, para la religión, la corbata que la mentira anuda y los aires de grandeza que encumbran a mediocres incultos, que, como Barrabás, cubren su gloria con el jaleo momentáneo que, con toda la gente interesante que hay por ahí, regala dos minutos de notoriedad, a quien no la merece.
A título personal diré que, preso del juego de la bipolarización de todo, empiezo a diferenciar mi mundo en dos tipos de personas: los que creen saberlo todo, y los que aún sabiendo mucho, siempre quieren seguir aprendiendo cosas nuevas. Algunos de los segundos, seguramente, fueron los que soltaron las carcajadas más sonoras, viendo como un pozo «apañado» para regar fresas, se convierte en parque acuático, un tiempo efímero de bonanzas, mordidas para Bertín, una duquesa que resucita, un cuarto de Pony Bravo poniendo la Banda sonora y mucho humor – porque incluso de todo eso hay que saber reírse. Lo que no sé es si la risa era como consuelo de sufrir la parte real del argumento, o como terapia para desahogar parte de esas discusiones vanas contra todo aquello que replica como una campana perdida en mitad de un humedal.
La fantasía abstracta es una jodida maravilla. El problema es que al salir fuera, es obvio que el orgullo de ser paleto lo siente más gente de la que debería. Y eso, más que una fantasía abstracta que acaba con aplausos, es un mal sueño del que cuesta despertar,
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