Dicen que la entrada de Plutón en Acuario trae consigo dos décadas de intensos cambios. No es que sea muy místico, pero a eso de las 19.00h tenía la sensación de que ese influjo, o alguno parecido, había poseído mi rutina de miércoles. No sé qué es, exactamente, pero hay algo que me hace vivir en esa fina frontera que separa el mayor de los placeres, de golpes con la misma intensidad.
Hay gente que encuentra placer en el dolor y los hay que hacen del gozo una tortura. Y curiosamente, en un 20N que ha dejado de tener, por distancia (que no olvido), ciertas connotaciones, empecé mi aventura viajando a un pasado en el que el post-punk primigenio era el protagonista de la última sesión del año del Club Escucha de la Casa Bardin.
Es llamativo que Iván López empezara la charla poniendo en duda la capacidad rupturista del Punk. Luego vimos vídeos de Public Image Limited, SPK, Kleenex, Scritti Politti o Devo con historias variopintas de Johnny Rotten, anécdotas costumbristas, discos que especifican el precio de la grabación, modas y contexto político.
En una joyería, nunca te dejarían tocar su anillo, o sus pendientes más valiosos. Pero aquí, los tesoros se palpan, se huelen y puedes ver las marcas de los muchos giros que los vinilos han dado en el tocadiscos. Y tocar, física y mentalmente las cosas, siempre viene bien.
De vuelta al presente, hubo tiempo para un par de cervezas. El valor de las cosas, se mide mejor cuando no las das por sentado. En la exclusividad está la clave de la tasación de los momentos y las personas que te rodean. Y como esos tesoros redondos que palpé en la Casa Bardin, uno valora en su justa medida, la buena compañía, seguramente, la mejor que puedo tener en estos tiempos en los que paso más ratos solo de los que me gustaría.
Stereo tenía una iluminación diferente. Más blanca, menos roja. La sala no estaba tan llena como el día de The Stems. Había otro tipo de gente, más repeinada, con un punto rockabilly. Como ocurre en el amor, uno debe saber siempre, mantener la distancia entre querer y necesitar. Y es curioso que en estos últimos meses, se entremezclen en mis planes contradicciones y coincidencias, que me hacen extraer mucho más que la simple parte musical de lo que veo.
Ante mí, 3 kamikazes japoneses hacen ruido. Yo podría ser un cuarto, porque últimamente soy como un piloto suicida con un avión cargado de explosivos que se lanza, sin pensar, contra su objetivo. Explotar exploto, pero luego sigo vivo, viendo como salta la siguiente canción de un curioso repertorio escrito en japonés con un rotulador de punta gorda (de esto no voy a hacer analogías).
Los nipones están americanizados. Yo no entiendo ni papa, ni de lo que dicen, ni de lo que pretenden. El show, en si, es divertido, pero musicalmente, he estado en unos cuantos conciertos de Gaztetxe que sonaban a cacharros rompiéndose, como éste. Fue como poner a prueba tus tímpanos en un intento de destrucción masiva a base de distorsión, notas simples y canciones con una velocidad fulgurante. Una detrás de otra.
Si lo trasladas al miércoles, mi mente, mientras el bajista salta sobre el público, o montan la batería en mitad de la sala, piensa que los momentos, hay que aprovecharlos como son, porque (como decía Cortazar) la lluvia cuando cae, o la propia música cuando está sonando, a veces, cuando te tocan, forman parte ya de un pasado cercano que no se degusta lo suficiente en el ahora, a no ser que tengas un mando a distancia con pause y un boli para rebobinar la casette. Que pasa poco, por no decir nada.
Supongo que no pega mucho ponerse sensible con este punk, que como bien dijo Iván López tiene poco de original y rupturista , pero a mí me pasa, porque justamente hoy, tengo un cortocircuito espacio-temporal, rodeado de futuros que me gustarían, y pasados de Ambrosía que disfruté muchísimo.
Con todo eso, me voy al Jendrix (como siempre) asumiendo que, otra vez, no voy a llegar a casa antes de la media noche.
Al fin y al cabo, la música en directo, incluso cuando no es la hostia, exige un rato de reflexión. Una asunción de consecuencias, que los kamikazes no solemos contemplar. Pero en la convicción está la locura abriéndose paso entre lo que sientes, lo que deseas, lo que te gustaría, lo que puede ser y lo que no.
El vinilo de «Love & jett» con el precinto arrugado en la mesa, gira mientras escribo esto, pensando que en la última era de acuario tuvieron lugar la revolución francesa y la industrial. El grito es inherente, y siendo objetivo, podría tener claro lo que quiero mecanizar, y lo que me gustaría decapitar de mi vida. La música, la amistad, las aventuras de los miércoles o el amor, no entran en mi particular guillotina. Pero en ese filo que separa lo que quieres y lo que necesitas, basta con cerrar los ojos para que mi radar interior, redibuje imágenes, olores, sensaciones y ganas de que ciertas cosas se repitan, aunque, ahora mismo, parezca imposible.
El objetivo es claro, que la diversión continúe. Porque tenemos derecho a ella. Pero reconozco que mi vida es mejor, cuando me rodeo de las personas adecuadas. No porque no me guste estar solo, que también, sino porque sin esa compañía, no hubiera descubierto a SPK, no me hubiera retrotraído a determinados momentos olvidados de mi vida y no tendría sentido sentir las cosas que siento y de la manera que las siento.
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