
Cada vez que llueve en Alicante, la ciudad colapsa. La escena se repite como una mala obra de teatro: calles anegadas, tráfico paralizado y vecinos con las zapatillas empapadas hasta los tobillos. Seguramente, lo más preocupante es que nada cambia. Ni siquiera con la experiencia acumulada de episodios anteriores, como la DANA de Valencia, se adoptan medidas estructurales de calado. El agua no solo cae del cielo, sino que saca a relucir los parches, la dejadez y la nula planificación urbana frente a fenómenos que ya no son excepcionales.
Este miércoles, la ciudad volvió a ahogarse con una tormenta intensa que descargó más de 47 litros por metro cuadrado en una hora en zonas como San Gabriel. Allí, una vez más, el alcantarillado reventó, arrastrando residuos directamente al mar. El agua no encontró otro camino que el más rápido y destructivo: el de las calles y las playas. En El Rebolledo se llegaron a recoger 453 litros por metro cuadrado a lo largo del día, un dato que debería disparar todas las alarmas, si es que no se han roto ya de tanto ignorarlas.
Los barrios más afectados, como San Blas, sufrieron una verdadera riada urbana. Durante la salida de colegios e institutos, las calles se volvieron impracticables. Los paraguas resultaron inútiles y muchos optaron por caminar descalzos, impotentes ante el agua que les cubría los pies. Un desastre cotidiano que ya forma parte del paisaje urbano cada vez que llueve.
Aemet esta vez activó la alerta amarilla, tarde. La previsión llegaba solo hasta las 12:00h, aunque el agua no dejó de caer intensamente hasta las 16.00h. Un retraso que pone en evidencia una desconexión entre los sistemas de previsión y la realidad en la calle.
Los bomberos realizaron 15 intervenciones por lluvias, y hubo al menos un vehículo bloqueado. Afortunadamente, no hubo daños personales, pero es cuestión de tiempo. Algún día la lluvia no se llevará solo contenedores…
El catedrático Jorge Olcina explicó que la situación responde a una inestabilidad atmosférica típica del Mediterráneo en primavera, con aire frío en altura. Pero el problema no es el clima, es la gestión. El clima no lo podemos controlar; la dejadez institucional, sí.
Alicante no puede seguir improvisando cada vez que cae una tormenta. El riesgo no es una cuestión de si lloverá o no, sino de cuándo tendremos que lamentar una desgracia mayor. Y lo peor es que lo sabíamos.
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