
Envejecer no es una derrota. Es una conquista.
Cada arruga en la piel es una página escrita en el libro de nuestra vida, cada cana una señal de que hemos estado aquí, mirando el mundo de frente. En una sociedad que rinde culto a la juventud, olvidamos que vivir mucho también es un privilegio. Que llegar lejos es, en sí mismo, una hazaña.
Jenny Joseph, en su poema Warning, soñó con una vejez teñida de púrpura, excéntrica y libre, donde una mujer mayor puede llevar un sombrero rojo con descaro y romper con las normas sin pedir permiso. No es una fantasía: es una declaración de intenciones. Porque cumplir años no significa apagarse, sino liberarse. Es el momento de reír más fuerte, amar sin miedo, decir lo que se piensa sin filtros ni temor al qué dirán. Es el tiempo de la verdad.
Con cada año que pasa, acumulamos vivencias: viajamos en globo, plantamos árboles, criamos hijos, aprendemos a perder con elegancia y a ganar con humildad. Dejamos un rastro: no en las enciclopedias, quizás, pero sí en los corazones de quienes nos rodean. Una frase nuestra, un gesto, un recuerdo puede cambiar el rumbo de otra vida.
Las marcas del tiempo en nuestro cuerpo son huellas de batallas libradas, de risas profundas, de noches en vela, de amores intensos. Son mapas de nuestra humanidad. Envejecer es tener memoria, es recordar de dónde venimos para saber mejor hacia dónde vamos.
No hay que temerle a la vejez, sino a no haber vivido. A no haber sentido el viento en la cara, a no haber perdonado, a no haberse atrevido. Que nuestra vejez sea un grito de alegría, un acto de rebelión, una danza lenta pero segura hacia lo esencial.
Así que sí: cuando envejezca, quiero vestir de púrpura, desentonar con la multitud, reírme de lo prohibido y bailar en medio de la calle. Porque cada año que cumplo es una declaración de vida.
Y la vida —toda, entera, hasta el último día— merece ser celebrada.
Las traducciones desvirtúan, en parte, el encanto de la lírica, pero aquí te dejamos lo que dice:
Advertencia
Cuando sea vieja, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni haga juego, ni me quede bien,
y me gastaré la paga en coñac y guantes de verano,
y sandalias de raso, y diré que no tenemos dinero para mantequilla.
Me sentaré en la acera cuando me canse
y devoraré las muestras de las tiendas y apretaré los botones de alarma
y haré ruido con mi bastón en los barandales de las calles.
compensando la austeridad de mi lejana juventud.
Saldré a caminar bajo la lluvia en zapatillas,
y arrancaré flores de jardines ajenos
y aprenderé a escupir.
Puedes llevar terribles camisas y engordarte
Y comer tres libras de salchichas de una vez
O solo pan y vinagretas durante una semana
Y acumular bolis y lápices, y posavasos y cosas en cajas.
Pero ahora hemos de llevar ropa que nos tenga secas,
y pagar el alquiler y no jurar en la calle.
Y ser un buen ejemplo para los niños.
Debemos invitar a amigos a cenar y leer los periódicos.
Pero ¿tal vez debería practicar un poco desde ahora?
Así la gente que me conoce no se extrañará ni se sorprenderá
cuando de repente sea vieja, y comience a vestir de morado.
Jenny Joseph
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