Últimamente parece que la política local se cuece, más que en los plenos municipales, en los despachos de Madrid. Cada legislatura tiene sus manías, y en esta se ha vuelto costumbre que las mociones en el pleno de nuestra ciudad giren en torno a Pedro Sánchez o al Gobierno de España. Resulta curioso lo fino que se busca la paja en el ojo ajeno, y lo difícil que es reconocer los errores propios.
Esta forma de hacer política a distancia, de convertir lo local en un simple eco de los debates nacionales, no solo empobrece el debate municipal: lo desconecta de la realidad de la gente. La idiosincrasia de una ciudad no se construye a golpe de consignas dictadas desde la calle Génova o desde Ferraz. Es, más bien, un proceso del día a día: una conexión constante con el entorno, con los vecinos, con las calles, con los problemas que uno toca de primera mano. Sin ese contacto directo es imposible decidir bien.
Y lo paradójico es que esta desconexión no tiene nada que ver con el signo político. Tiene que ver con las personas, con los equipos, con la implicación real —o la falta de ella— con la causa local. No es cuestión de ideología, sino de presencia.
Mientras Abascal y Feijóo debaten en Madrid quién debe ser presidente de la Generalitat, aquí seguimos esperando que alguien se ocupe de los problemas cotidianos: los alquileres imposibles, las calles que se deterioran, los barrios que avanzan a dos velocidades. La vida local no consiste en vestirse de alicantina en junio ni en posar para la foto. Se trata de inmiscuirse en la realidad de los barrios, de entender las circunstancias particulares de cada ciudadano.
Ya cuesta bastante superar las barreras económicas y sociales que dependen del lugar donde uno vive, como para que además las decisiones que afectan a esa realidad se tomen desde un despacho lejano, sin escuchar, sin mirar, sin pisar la calle.
La política local debería cocerse aquí, a fuego lento, con los ingredientes de siempre: cercanía, escucha y responsabilidad. Pero mientras se sigan siguiendo recetas escritas en Madrid, seguiremos sirviendo un plato que, por muy bien presentado que parezca, no sabrá nunca a lo nuestro.















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