El discurso del emprendimiento se ha instalado con fuerza como promesa de éxito, pero la realidad para miles de autónomos en la Comunitat Valenciana dista mucho de ese relato. Lejos de ser una vía hacia la prosperidad, el trabajo por cuenta propia se ha convertido en demasiados casos en un camino de precariedad, rotación constante y ausencia de red de protección.
Los datos del Informe sobre el Trabajo Autónomo en la Comunitat Valenciana 2024, elaborado por UATAE, son contundentes: casi la mitad de quienes se dieron de alta como autónomos abandonaron antes de los 18 meses. En total, hubo cerca de 73.000 bajas en un solo año. Este modelo no se sostiene.
El régimen actual obliga a pagar cuotas independientemente de los ingresos. Es decir, aunque no se haya cobrado ni una sola factura, hay que abonar religiosamente cada mes la cuota a la Seguridad Social. Es hora de replantear este sistema: las cotizaciones deberían estar vinculadas a la facturación real y pagarse cuando efectivamente se perciben los ingresos.
Además, no todos los trabajos autónomos son iguales. No se puede meter en el mismo saco a un freelance que vive de encargos puntuales e inciertos con un profesional que tiene una clientela estable, como puede ser un fontanero o una peluquera. La falta de diferenciación entre perfiles con dinámicas laborales tan dispares penaliza especialmente a quienes viven en una montaña rusa de ingresos.
La fotografía actual del colectivo es desalentadora: más del 40% declara ingresos netos por debajo del Salario Mínimo Interprofesional, y el 85% no tiene empleados a su cargo. La figura del «autónomo vulnerable» no es anecdótica: es cada vez más representativa. De hecho, uno de cada cuatro autónomos vive por debajo del umbral de la pobreza, según Oxfam Intermón.
A esto se suma el envejecimiento del colectivo, con más del 40% por encima de los 50 años y solo un 3,2% por debajo de los 25. La falta de relevo generacional y la dificultad de acceso para los jóvenes son síntomas de un modelo agotado. Ni siquiera las mujeres, que representan un 37% del total y cuyo número ha crecido, escapan a esta precariedad: sus ingresos mensuales medios apenas superan los 800 euros y sufren una fuerte brecha en pensiones y acceso a ayudas.
La creciente pluriactividad (personas que compaginan su empleo con el autoempleo para llegar a fin de mes) y la imposibilidad de acceder a una segunda oportunidad cuando el negocio fracasa reflejan una estructura laboral fallida. Los concursos de acreedores están prácticamente fuera del alcance, y la prestación por cese de actividad se rechaza en la mayoría de los casos.
El autoempleo debería ser una opción realista, no una salida forzada o una fachada de falsa autonomía. Hace falta una estrategia pública ambiciosa que aborde la estabilidad del trabajo autónomo, el relevo generacional, la protección frente al fracaso y una fiscalidad adaptada a los ingresos reales. Porque ahora mismo, emprender no es sinónimo de éxito: es, en demasiadas ocasiones, la antesala de la precariedad.
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