
Nos han vendido la prisa como un objetivo. Está claro que todos corremos el riesgo de morirnos mañana, pero nos han convencido de que cuanto antes lo tengamos todo, mejor. Y ahí estamos, corriendo como pollos sin cabeza, queriendo ser jefes antes de haber sido becarios, dueños de un ático antes de haber pasado por un alquiler sin ascensor, expertos en todo antes de haber aprendido algo de verdad. Lo queremos ya, lo exigimos ya, y si no llega, nos frustramos. Pero, ¿y si el problema no es el sistema, sino nuestra propia impaciencia?
Nos han educado para soñar con la recompensa, pero nos han ocultado la importancia del proceso. Nos dicen que lo importante es llegar, pero nunca nos han enseñado a disfrutar del trayecto. Y ahí estamos, dejándonos la piel en trabajos que nos exprimen porque creemos que así escalaremos más rápido. Abandonando relaciones porque el amor parece no ser tan inmediato como en las películas. Fingiendo vidas perfectas en redes mientras en la vida real no sabemos ni manejar una factura de la luz.
Claro que la precariedad existe. Claro que los sueldos dan pena. Claro que la incertidumbre es el pan de cada día. Pero la solución no está en quejarnos sin hacer nada, ni en esperar que todo nos caiga del cielo solo por existir. Hay que enfrentarse a la injusticia, hay que luchar, hay que construir. Aprender a desenvolverse en un mundo sin filtros, aceptar que lo perfecto solo llega después de haber trabajado por ello. Y no, no estamos diciendo que haya que resignarse ni aceptar la explotación con una sonrisa. Ojalá tuviéramos una de esas ideas revolucionarias que cambian el mundo, pero no todos somos Steve Jobs. Por lo que, si queremos cambiar las reglas del juego, primero tenemos que aprender a jugarlas.
El problema de nuestra generación no es solo la precariedad, es también la prisa. La ansiedad de quererlo todo sin haber vivido nada. Porque el éxito no se mide en followers ni en el sueldo del primer año de carrera. Se mide en lo que has aprendido por el camino, en las batallas que has librado, en las derrotas que te han enseñado a ganar y en acumular trienios. Deja de medir tu vida en stories y empieza a vivirla. Aprende, equivócate, rétate. La vida real no es un vídeo de TikTok que pasa en segundos. La vida real es un proceso. Y si no lo entiendes ahora, lo entenderás cuando ya no haya filtros que te maquillen la realidad.
Deja una respuesta