
El Diccionario de la Lengua Española se ha hecho un lifting y no, no ha sido una marcianada. En su última actualización (la 23.8.1), presentada este lunes en la sede de la RAE, han entrado términos tan actuales como crudivorismo, loguearse, microteatro, milenial o turismofobia. Vamos, palabras que ya usábamos antes de que la Academia se atreviera a hacer login en el siglo XXI.
Eso sí, según su director, Santiago Muñoz Machado, esta actualización viene “con menos pretensiones”, como quien se toma un café rápido antes de lo importante: la edición 24 del diccionario, que promete ser brutal (en el nuevo sentido admitido: magnífica) y verá la luz en noviembre de 2026.
Entre las nuevas incorporaciones hay joyas del día a día: desde hacer un simpa en España o un pagadiós en Argentina (irse sin pagar, pero con desparpajo), hasta comecocos, que deja de ser solo un recuerdo de recreativos, o biblia, ahora también imprescindible para no perderse en el universo de una serie.
El lenguaje coloquial gana terreno: chapar ya es cerrar un negocio, eco puede ser una ecografía y farlopa entra oficialmente como sinónimo de cocaína. También se reconoce la expresión juguete roto, para quienes tocaron la fama y luego cayeron en el olvido, y buitre, esa figura tan conocida en el ecosistema nocturno.
Internet, cómo no, aporta buena parte del vocabulario. Login y loguearse se cuelan en el diccionario para dejar claro que, hoy en día, si no te identificas con usuario y contraseña, no existes. Y algunos términos entran como extranjerismos crudos, es decir, en cursiva y sin complejos: gif, hashtag, mailing o streaming.
La ciencia y la tecnología tampoco se quedan atrás, con palabras como gravitón, exoesqueleto o autoconsumo, mientras que chamaco, chamaca y cartuchera amplían el mapa lingüístico en América Latina.
En total, 330 novedades que son solo un aperitivo del gran menú lexicográfico que prepara la RAE. Porque, como recordó Muñoz Machado, los extranjerismos siempre han estado ahí —y no todos se pueden domesticar: güisqui lo intentó… y fue un fracaso total.
Desde 1713, la Academia sigue en su empeño de ordenar el idioma. Más de tres siglos después, el diccionario demuestra que la lengua está viva, se actualiza… y a veces también se permite ser un poco milenial.
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