En 25.000 personas presentes, hay 25.000 formas diferentes de vivir un festival. Están los nostálgicos, los que se ponen camisas de patitos, los que vienen «de tomar por culo» (cada vez más), los padres que dejan a sus hijos por primera vez en años, los opositores que se toman un respiro… todos tienen un fin común, divertirse, y como dijo Pucho, para eso hay que aparcar muchos matices…
Yo vivo en medio de todos esos supuestos, añorando las primeras veces que vi a muchos de los que tocaron ayer, o valorando sus respectivas evoluciones. Por trabajo, o por principios, la vista siempre se me ha ido más a lo nuevo que a lo manido. Con más de cuarenta castañas, el matiz importa y la fiesta tiene más vínculo con una buena hamburguesa, o un gofre, que con 100 Mahou´s (como antes), pero justamente en ese trayecto del antes al ahora, está el fin de una crónica entre mil y lo que diferencia a la que merece la pena del resto.
Así que, por no repetirme, y rindiendo mi amor eterno a Iván Ferreiro, a Dorian, y a todo lo que supone escuchar en directo (y a pesar de la fauna imperante), puedo decir que aunque aprecie lo que me genera escuchar «Turnedo», «Años 80», «a cualquier otra parte» o «la tormenta de arena», lo que hace diferente un momento, es la parte de sorpresa en la que un opositor intuye a Vivaldi «en las trincheras de la cultura pop», o al rato que uno se da la vuelta porque lo que suena no forma parte de su setlist habitual, cuando, en realidad, lo que realmente mola de la música, es correr el riesgo de pararse a escuchar cosas nuevas… y más cuando te las están cantando en directo.
Yo hace tiempo que dejé el roll educador. Ni me mola escribir como si fuera un puto cura en un presbiterio. Para lecciones no hay más que hacer el ejercicio de mirar el carrete de fotos del festival y cada cual obtendrá su respuesta particular.
Yo las fotos las hago con la mente. Y hoy revelo instantáneas diversas. Subjetivamente, me «dejo llevar» más por Vetusta Morla, que por el resto de las cosas. No fue el mejor concierto que les he visto tocar, y seguramente, discrepo en el hecho de que me hubiera encantado ver más pinceladas del recién estrenado «figurantes» que a los que «estudian» greatest hits en la semana previa. Pero la música tiene el don de trasladarte a sitios diversos, y a mí «Valiente», «Copenhage», «Finisterre» o los primeros acordes de «cuarteles de invierno» me trasladan a partes de mi vida que sólo puedo pisar en los 3 o 4 minutos que dura cada canción.
Es lógico que paren, porque los de Tres Cantos están en un periodo en el que siempre dejan algo en el tintero para alguien. Aunque igual el don de poder ir de festival en festival innovando repertorios, es lo que hace preciado el hecho de verlos. Eso y que tener más de 50 canciones que te gustaría verles tocar, te deja siempre con ganas de más.
Dicho ésto, y si me lo permitís, voy a centrarme en dos detalles que en las crónicas mainstream suelen pasar desapercibidos. El primero se llama Siloé. Porque seguramente, la mayoría de los asistentes, no los tenían en su lista de conciertos prioritarios, pero los pucelanos unieron a unos cuantos fieles a su lista de «somos muchos esta vez».
Su concierto coincidió con la espantada de esa mayoría que para aguantar los dos días, necesita una dosis de descanso. Pero a veces, es más placentero (y necesario) escuchar cosas frescas que dormir. No voy a negar, que prefiero la esencia folk de temas como «La Verdad», pero crecer implica adaptarse y Siloé ha madurado de una forma genial. En estos tiempos de polaridades y simplezas, es de valorar que alguien «mande a tomar por culo» los supuestos y se arriesgue a hacer una buena letra. Tiene que dar gusto que miles de personas te hagan los coros asumiendo que todos tenemos algún tú, sin el que no sabemos estar. O que por nuestras venas corre algo más que alcohol y como en las 25.000 distopías presentes, cada uno elija los dos detalles tontos que quiere cambiar para que su historia sea mejor.
El segundo detalle me lleva a Cariño y su fondo made in portada de Daniel Johnston. Parece simple, lo que hacen estas chicas de Lavapiés, pero no. El tontipop tiene matices que se valoran mejor con la luz del día todavía presente. Con el tiempo mejorarán su rider, su puesta en escena y otros pequeños matices de su directo. Pero deben degustar esta frescura mágica que llegar a más gente de lo debido te arrebata (y eso no se mide en reproducciones de Spoty, que tienen muchas). No hay mejor preludio para una noche de letras profundas, que algo que te limite a mover el cuerpo. Al fin y al cabo, todas hemos llorado en una acera, nos hemos sentido perras o hemos tenido años (y años) de mierda. Pero el ejercicio de ponerlo en valor hace que tu cuerpo se mueva de manera diferente y a quien te incita ese movimiento, hay que aplaudirle y agradecérselo.
Con Amatria, fueron la parte más bailonga del viernes. Bueno, eso y el «dance with somebody» que a mí me pilló cenando. Aparte que me lleva a cerrar el relato aplaudiendo a la organización, porque quienes vivimos los Springs de otras épocas, agradecemos que todo sea tan fluido y tan fácil. Así que, a riesgo de parecer pelota, generalizo el aplauso y lo extiendo a camareros, seguratas, el tipo que no se cansó de indicar qué baño te toca, o el que repartía ticket para que la cola de las hamburguesas avanzara. Todo eso , aparte de la música, forma parte de lo que hace que tu experiencia sea mejor…
Hoy, segundo round:
y no te olvides que hay conciertos matinales en la Explanada:
y que a las 18.00h hay mascletá en el Adda
https://quefas.es/una-mascleta-con-cenizas-de-las-hogueras-del-ano-pasado/
Deja una respuesta