
El cese de la secretaria autonómica de Cultura, Pilar Tébar, simboliza, en realidad, el final de una etapa marcada por la improvisación y la falta de dirección política en un departamento que, desde que Carlos Mazón asumió la presidencia, ha funcionado más por inercia que por proyecto. Tébar, sin pretenderlo, ha ejercido durante meses como consellera “en funciones”, soportando sobre sus hombros una responsabilidad que no le correspondía, especialmente desde que la Conselleria quedó descabezada tras la salida de Vicente Barrera.
Aquel episodio, fruto de las decisiones internas de Vox, dejó a Cultura a la deriva. Mazón respondió eligiendo a José Antonio Rovira, ya saturado con Educación, Universidades y Empleo, para que añadiera también la cartera del exmatador. Una acumulación de competencias tan poco razonable como reveladora del escaso interés con el que el Consell ha tratado la política cultural. Y así ha seguido: Alicante quedó al margen, y Tébar tuvo que comerse polémicas ajenas, en un papel tan incómodo como injusto.
La marcha de Paula Añó —un fichaje más ideológico que técnico— dejó entrever que el enfoque cultural del bipartito nunca estuvo guiado por la seriedad. Por eso muchos recibieron con alivio el nombramiento de Tébar, una profesional solvente, con trayectoria en gestión cultural y un talante infinitamente más conciliador que el de su antecesora. Pero ni la buena voluntad basta cuando la estructura política desaparece: lo que nadie sospechaba era que la nueva secretaria autonómica acabaría asumiendo en solitario la representación pública de la Generalitat en el ámbito cultural, mientras Rovira, su teórico superior, permanecía sistemáticamente ausente, tanto en actos institucionales como en reuniones internas.
Durante este año y medio, ha sido Tébar quien ha dado la cara en inauguraciones y actos culturales, mientras lidiaba con tensiones crecientes debido a recortes, retrasos y la desorientación general provocada por un Consell más pendiente de gestionar crisis internas que de construir una política cultural sólida. Y es que mezclar toros —que no son cultura— con Cultura solo podía conducir a este desconcierto permanente. Al final, la dana fue una excusa más dentro de un mandato en el que la política cultural ha ido dinamitándose sola.
Tébar abandona su cargo sin haber logrado recomponer la relación con los profesionales del sector. Y el nuevo portavoz del Consell, Miguel Barrachina, ni siquiera ha aclarado quién la sustituirá. Tampoco se sabe si habrá más ceses en una Conselleria que ahora dirige María del Carmen Martí Ferre, tras la salida de Rovira. Lo único evidente es que la Generalitat sigue sin un rumbo claro en materia cultural, atrapada en una espiral de decisiones tardías, ausencia de liderazgo y un desinterés institucional que ya resulta insostenible.
















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