
Hacia tiempo que no me sumergía en un personaje casi obsesivamente. El atractivo de Oliver Laxe, desde fuera es innegable. Y entre el premio en Cannes, las mil entrevistas que le han hecho en algunos de mis programas favoritos (Carne Cruda, El Cine en la Ser, La Ventana…) y sus inspiradoras reflexiones ante el micrófono, estas últimas dos semanas, no me he podido resistir a viajar por su filmografía, su cara pública y los detalles que conforman la historia que he adaptado a mi visión particular de la vida.
No me gusta criticar (en plan Boyero) películas. Más que nada por que odio ese coqueteo con el spoiler, o tener que contener determinadas impresiones relacionadas con escenas que se deben ver, no leer, y en un cine, no en una web. Por suerte para mí, de Sirat se puede hablar tanto de su condición de despertador de sensaciones, como de todos los pequeños matices que conforman su magnífico argumento y su minuciosa ejecución técnica.
Más allá de esa particular visión de altura de Oliver Laxe, lo que realmente me ha empujado a ver Sirat, es el lenguaje poético de «Lo que arde». Me había preparado para ver el flamante estreno el domingo. Pero la providencia (que en el islam sería al-qadar), quiso que ese se cumplieran 3 años de la muerte de una de las personas más importantes de mi vida. Hay días que se tuercen y no hay techno, ni reflexión positiva que lo arregle.
El estado de sensibilidad y relativo insomnio derivado de un intenso fin de semana, ha dibujado en mi calendario un lunes de inspiración intensa, con cielo nublado y trabajo de 8.30h a 17.30h. La casualidad, buena, es que la hora programada para la proyección de «Sirat» era las 17.45h. En mis cines fetiche (Los Aana) que están a cinco minutos de la oficina y tienen un bono para ver pelis a 4€.
-(hay que ir más al cine, por cierto…)-
A la gente le resulta extraño lo de ir solo al cine, pero no siempre cuadran las cosas como a uno le gustaría. Así que mi viaje particular por el desierto, lo hice rodeado de desconocidos, con el ordenador aparcado en la butaca de al lado.
El exceso de expectativa, generado por comparaciones con pelis de culto como Easy Rider, Star Wars o Mad Max, se quedó corto. Puede que hasta haya aprendido, entre medias, que un lunes es un buen día para arriesgar. Y en la efervescencia de no haber parado en todo el día, he encontrado un despertar placentero, y algo hedonista, en el desierto.
He llegado a sentir el polvo en mi boca, sin estar allí. La arena en la suela de mi zapato… He olido el sudor, a pesar de que aquí sí que había aire a condicionado, la gasolina quemándose. Y hasta he formado parte de una familia distópica y de una idea surrealista. Con todo no me ha costado, en absoluto, sentirme sumamente cómodo en el sencillo papel de interpretador de la historia.
Durante dos horas, he viajado por el sur de Marruecos sin moverme de una butaca. He notado abrirse mi mente, he entrado en un altavoz que escupía música techno, he entendido algunas partes del Islam que me he leído escuchando las entrevistas de estos días y hasta he creído que otra vida era posible, fuera de esa mirada cartesiana que se apoya en Nietze para darle la razón en eso de «no creer en un Dios que no baile».
Mientras las escenas, las tormentas de arena y las canciones iban pasando, mis heridas del domingo han ido sanándose mágicamente. Me he sentido frágil, sensible e irreverente en diferentes momentos. Como en medio de una catarsis, en pantalla grande, contraponiéndose a ese ideal ridículo que nos comemos en esa pantalla que ahora está apagada y silenciada. Buena metáfora, intuyo, de que la crisis es una enseñanza y que desde lo espiritual se pueden regenerar todas las grietas abiertas en esta parte material de mi mundo (o del tuyo).
Podemos desertar. Porque formamos parte del análisis. Podemos establecer nuestros propios vínculos sin fijarlos en nada de lo que nadie haya escrito. Podemos hasta emanciparnos libremente, sin miedo a explotar y, a la vez, sin tener que contener absolutamente nada.
Saliendo del cine, hasta he imaginado que en el aula de «Todos vosotros sois capitanes», hoy ha habido una clase de filosofía, seguida de una de religión y otra de (r)evolución. De ellas sacaré mis herramientas para enfrentarme a la contradicción de esta parte de la vida que separa a Peter Pan, de la senectud que nos paraliza, no por años acumulados, sino por la estupidez de no saber aprovechar la enseñanza que cada día de esos años nos ha suministrado.
No sé las reglas que me he saltado a lo largo de las dos últimas horas. Pero sí sé que toda la contextualización de la película, el hecho de verla el lunes, de haberme auto-generado una admiración platónica por Laxe y haber tratado de entender su forma de poetizar el mundo a través de la imagen, ha hecho que este sea uno de los mejores comienzos de semana de esta última etapa de mi vida. Supongo que sólo me ha faltado comentar la jugada con un interlocutor de carne y hueso y un vino, para que el lunes fuera completo.
Si no habéis visto la película, quizá de esta última anécdota entendáis que no siempre se tiene todo lo que se quiere. La cuestión es saber disfrutar de la experiencia con las herramientas que tienes a mano. Aunque sea lunes, no hayas dormido mucho y estés solo delante de un desierto que no conoces, pero tienes ganas de recorrer. Si aún así no lo entiendes, es fácil, ve a ver la peli.
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