Nadie es infalible. Y tod@s deberíamos ser conscientes de eso. Más que por el miedo que puede generarte saberlo, por el margen de mejora – y de evolución- que, también, te deja.
No se trata de cambiar el mundo, sino de intentarlo. Aunque quizá la meta, en si, parezca una utopía. No lo es, si partes de que el mundo empieza en ti, y el primero que necesita un cambio (seguramente, diario) eres tú mismo. O yo, en este caso.
Hace un rato pensaba por qué me ducho todos los días por fuera, pero no por dentro. Luego he bajado la bolsa de reciclaje y me he ido a pasear. Mientras andaba, reflexionaba sobre si mis pensamientos no se parecen, en realidad, a todos esos botes que acababa de depositar en el contenedor amarillo. Si ellos necesitan una nueva vida, es posible que mis certezas también necesiten reanalizarse, o reformularse, en los diferentes contextos en los que mi vida se ve envuelta dentro de un mismo día. Aunque sólo sea para reafirmarlos.
La reflexión viene de largo. Pero el domingo, alguien que tiene el don de retarme, me llevó a tomar la determinación de dejar de buscar respuestas en sitios equivocados. Porque, a veces, el equilibrio, parte de uno mismo. Curiosamente, dos días después hubo una estampida masiva de Twitter.
Supongo que, desde entonces, habiendo cambiando una simple rutina, encontré un marco comparativo diferente. Tengo algo más de tiempo y eso me lleva a variar mis hábitos, a escogerlos… Y a cuestionar algunos vicios adquiridos de los que nunca había sido consciente.
No voy a cambiar el mundo, porque en global, eso requiere mucho más que un simple acto. Pero por algún sitio hay que empezar. Por ejemplo, por aprender a priorizar. E ir quitando filas a todos esos libros que acumulo sin leer, o a esos documentales y películas que tengo en espera. No porque no tenga tiempo, sino porque pierdo demasiado en desequilibrar mi noción del equilibrio – irónicamente- culpando de mis males a la sociedad.
Nadie puede revelarse sin tener argumentos para rebatir con certezas todo. Y más en este mundo de hoy, en el que se cuestiona todo, salvo la realidad de uno mismo.
Y, seguramente, no conviene ser tan pretencioso de pensar que todo depende de mi, o de mis actos, o de mi capacidad de convencer. A lo mejor, el que necesita otros prismas soy yo. Y para juzgarlo, requiero determinadas aperturas mentales, que me lleven a un debate anarquista, a un taller para arreglar mis chacras o a una clase gratuita de gimnasia personalizada.
Así que entiendo que hoy lo estoy pensando en voz alta. Pero que la cultura, en si, es mi salvavidas, o mi manera de poner en cuestión esas rutinas.
Acabo el paseo. Hay dos botes nuevos para el contenedor amarillo. Me sale olor a gel de dentro. El mundo sigue igual, pero yo, algo he cambiado.
Deja una respuesta