
El documental Orlando. Mi biografía política, dirigido por Paul B. Preciado, es mucho más que una adaptación contemporánea de la novela de Virginia Woolf. Es una ofrenda sensible y valiente a quienes desafían las normas del género, un manifiesto visual que convierte lo personal en político, lo íntimo en universal. Preciado parte del texto publicado en 1928, radical en su época y aún hoy profundamente vigente, para entrelazar la voz de Woolf con las experiencias de personas trans y no binarias que han heredado el legado de Orlando como símbolo de libertad y transformación.
La película es, ante todo, un acto de amor a Virginia Woolf. Preciado no se limita a citar su obra: la habita, la reescribe desde la piel de quienes hoy siguen luchando contra los corsés del binarismo, la normatividad y las estructuras de poder que pretenden definirnos. Los guiños al original literario —los cambios de vestuario, las elipsis temporales, la voz interior— conviven con una puesta en escena poética, cargada de simbolismo, que convierte la pantalla en un espacio de metamorfosis constante. Cada testimonio, cada plano, cada gesto construye un canto coral que nos recuerda que, como escribió Woolf, el tiempo y el género son ficciones moldeables.
Orlando. Mi biografía política no se limita a contar: interpela. Invita a imaginar vidas posibles, a romper con la herencia de categorías impuestas, a cuestionar los marcos burocráticos y legales que siguen restringiendo el derecho más básico: el de ser. En este sentido, el documental se sitúa no solo como una obra artística, sino como un acto de resistencia. Porque en 1928 escribir un personaje que cambiaba de sexo y de siglo era una transgresión; y en 2025, vivir fuera del género asignado sigue siendo un acto político.
Preciado construye un documental profundamente poético, pero nunca evasivo. Su mirada es luminosa, sí, pero también combativa. Porque sabe que el sistema que diagnostica y encasilla no ha desaparecido, solo se ha sofisticado. Y en ese contexto, la apuesta por contar con múltiples «Orlandos» en pantalla —personas reales que narran su tránsito, su dolor, su orgullo— es una forma de devolver la palabra a quienes suelen ser silenciados o patologizados. No hay aquí una voz única: hay una constelación de identidades reclamando su espacio y su derecho a existir.
La gran lección del documental —y del espíritu woolfiano que lo impregna— es clara: todos tenemos una vida que jamás hubiéramos imaginado. Y todos tenemos derecho a vivirla como queramos. Orlando. Mi biografía política no exige respuestas, pero sí plantea preguntas urgentes. ¿Quién decide qué somos? ¿Por qué debemos encajar en casillas predefinidas? ¿Y si vivir fuese, simplemente, dejarse transformar?
En un mundo que aún castiga la disidencia, este documental se alza como una declaración de principios. Rebelarse contra el sistema no es una moda: es una necesidad. Como en 1928, como ahora. Porque vivir sin miedo, sin permisos, sin renuncias, sigue siendo el mayor de los actos políticos. Y también el más poético.
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