
Por fin, los turistas han tenido una experiencia auténtica en la Playa de San Juan. Nada como un buen espectáculo de aguas fecales desbordándose para mostrar la cara más real de la ciudad. Porque, claro, mientras el Ayuntamiento se afana en esconder bajo el suelo los problemas estructurales —también conocidos como barrios—, resulta que una simple fuga basta para que todo salga a flote. Literalmente.
Como si una tubería reventada fuera una metáfora demasiado obvia: la dejadez, la falta de previsión, la acumulación de promesas incumplidas… todo burbujeando hasta que explota, dejando tras de sí no solo un olor insoportable, sino el recuerdo imborrable de que, cuando toca actuar, ya es demasiado tarde.
La fuga, detectada el martes por la tarde en la avenida de Bruselas, convirtió la zona en una versión urbana de Venecia, pero con menos romanticismo y más toallitas. Lo que debía ser una arteria para el turismo acabó siendo una cloaca a cielo abierto. Aún así, nadie podrá decir que la ciudad no ofrece sorpresas.
Durante la madrugada, técnicos, operarios y concejales desfilaron por el lugar como si el desfile improvisado de incompetencia pudiera camuflarse con chalecos reflectantes y prisas de última hora. La reparación, por supuesto, fue “complicada”, como si reparar una tubería en arena mojada fuese un giro inesperado en Alicante, y no algo que pasa cada dos por tres.
Eso sí, en cuanto se colocó la última junta, empezó el sprint final: relleno del socavón, cemento a toda prisa y una batida extra de manguerazos para que al menos, al amanecer, oliera a algo más neutral que a gestión pasiva.
Dicen que en 72 horas todo volverá a la normalidad. Pero claro, eso depende de qué se entienda por “normal”. Porque si hablamos de normalizar que el turismo se cruce con ríos de mierda, entonces vamos por buen camino.
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