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“Piérdelo todo, menos la dignidad”

15 de octubre de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Hoy se celebra el Día Mundial de la Dignidad. Y me viene a la cabeza una viñeta de Mafalda: frente a un cartel que dice “Prohibido pisar el césped”, ella pregunta: “¿Y la dignidad, no?”. Una frase sencilla, pero que si la aplicas a lo que estamos viviendo: DUELE.

Porque hoy, más que nunca, parece que todo se puede pisar: el trabajo, la vivienda, los precios, el tiempo, la paciencia. Ayer se volvió a hablar de subir la cuota de los autónomos —como si ya no estuvieran bastante ahogados—, mientras el alquiler sigue subiendo, los alimentos cuestan el doble y cosas tan básicas como el café o los huevos se han vuelto casi artículos de lujo.

Esta mañana escuché a Gabriel Rufián, en la sesión de control del Congreso, decir que habría que impedir a los ricos especular con la vivienda: “Que inviertan en criptomonedas o en bancos, pero todo español tiene derecho a una vivienda”. Lo decía justo cuando la radio recordaba que se cumplen 47 años del artículo 47 de la Constitución, el que reconoce ese derecho. Y sí, el juego de números es tan triste como simbólico: ese artículo se recita cada vez más como un poema, no como una ley.

Después hablé con mi padre. Él trabajó más de cuarenta años en la misma empresa. Nunca fue funcionario, porque entonces no era la única salida hacia una estabilidad que ya no ofrece ninguna de esas empresas explotadoras a las que solo les importa el ahora y el beneficio a cualquier precio.

Con el sueldo de un año, él y mi madre compraron su casa: busca tú ahora una por 12.000 o 40.000€), casi valía lo mismo un coche, nada que ver con los 30.000€ de media que vale uno nuevo. Con eso podía criar a tres hijos, salir de vacaciones y vivir con una más que relativa tranquilidad que yo con 44 años NUNCA he tenido. Entre otras cosas, porque cuando algo no les parecía justo, había una conciencia de clase que les permitía parar el país. Hoy toda esa rabia se concentra en Twitter. Pero nadie cambia el mundo escribiendo mierdas desde el sofá.

Supongo que el gran don de esa generación era mantener firme el hilo que une la dignidad y la conciencia. Sin olvidar de donde venían, sabían lo que valía el esfuerzo y se defendía lo que era justo. Ahora tenemos de todo, pero nos falta eso: todo es más caro, más rápido, más ruidoso… y más indigno.

Cada vez escucho a más gente decir lo mismo: “Solo quiero paz y tranquilidad”. Irónicamente, hasta eso cuesta. No es gratis. Mantener la paz exige no rendirse, no aceptar sin más. No se trata solo de sobrevivir, sino de pelear también para que los demás tengan exactamente, lo mismo que a ti te gustaría poseer.

A menudo me preguntan por qué escribo tanto, por qué critico, por qué no me callo. La respuesta es simple: porque callarse es rendirse. Porque si no decimos nada, otros deciden por nosotros. Y los que deciden —Trump, Musk o quien toque— no suelen tener demasiados escrúpulos. Cuando ellos mandan, lo que queda no es paz, sino ruido, ansiedad y soledad.

Así que, si hoy hay algo que celebrar es que, a pesar de todo, pueden quitarnos todo, menos la dignidad. Y con ella, estamos a tiempo de exigir cambiar las cosas.

Publicado en: Crítica Social, España, noticias breves, opinión, REVISTA, SOCIAL




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