El otoño no había sido evidente en Alicante hasta el viernes. Y no sé tú, pero mi cuerpo norteño, andaba un poco desordenado buscando hojas caducas, tonos marrones, paraguas y mangas largas.
Antes de ir a un evento en el Aula de Cultura hay una tradición no escrita de pasarse por el Malatesta. Pero esta vez, el punto de encuentro fue la Plaza Balmis. La estampa, como en otros tiempos no muy lejanos, incluía botellines de cerveza, botas altas, chaquetas vaqueras y paraguas apoyados en el banco circular, donde la gente cambiaba la cara de rutina, por la expresión más abierta que dibujan en tu cara los viernes.
La puesta al día con mi psicólogo de cabecera, exige una segunda espumosa. Hay más gente, hablando de temas diversos que se entremezclan con tragos, sonrisas, abrazos de bienvenida… por dentro, pienso que a Alicante le vienen bien estos espacios abiertos, sin terrazas, ni policías vigilando si sobrepasas los límites del terrado. E igual que tener un punto neurálgico, es necesario el plan. Y el del viernes era ver el punto final del MFest en el Aula de Cultura de Alicante.
Como los otoños de ahora, el mundo parece empeñado en suprimir todo lo que huele a templado. E igual por eso, disfruté los metros que separaban La Zona de la sede de la Fundación Mediterráneo. Pisando charcos, inmerso en la oscuridad, terminando la conversación que había dejado a medias con Proenteo.
Llegamos puntuales, con la duda de si Nacho Casado estaría sólo o acompañado. Desde la puerta, casi podías ensoñar el árbol (con la familia, entre bambalinas) con las hojas cayéndose, aunque él sea más de «verão« que de estación de cosecha. Así que con cierta decepción templada, me senté en la dormilona a escuchar.
He de reconocer que el tono irónico de sus comentarios, al principio, me hizo gracia. Pero, a diferencia de otros conciertos, no encontré esa conexión que él demandaba. Brasil y la Bossa, a mí, me quedan lejos. Y no estoy en el momento saudade en los que me atrapó otras veces. Supongo que mi felicidad actual no es muy compatible con lo que propuso. Salvo el recuerdo al hijo de Laertes y Anticlea, y alguna «venida arriba» dentro de los parámetros que él mismo se había autoimpuesto, quedó claro que no estaba yo muy preparado, aún, para su concepto de otoño, para las voces fuera del micro, o para el vacío inmenso que se sentía delante y detrás de él.
Así que, aunque no nos dieron mucho tiempo, salí a respirar, ver llover y a saludar a unos cuantas caras habituales en los conciertos de Alicante.
Al entrar, con la luz apagándose, la pantalla ya estaba proyectando imágenes de Charlton Heston, huyendo de los simios a playas presididas por torres del oro y Giraldas. Un concepto alternativo de otoño, más denso y envolvente con el nuevo «Trópico» como hilo conductor. Ellos no se acordaban, pero aparte de por el vetusto Aula, también habían pasado por Stereo (y por la Ambrossía) hace unos años. Con menos canas y algo más de ímpetu.
En plena psicodelia digna de subirte desnudo de horrores a la pirámide de Chichén Itza, no todo el mundo se quedó sentado. Woodstonianas sin zapatos, «Bravoponys» y portadores de latas de cerveza montaron su propia rave de Dios en los laterales, mientras, sobre el escenario, un grupo más maduro, iba desgranando el disco que sacaron cuando en Sevilla están de feria.
Ahora hay más base electrónica que antes, siguen intercambiándose instrumentos, Daniel Alonso está más hablador y la música sigue envolviéndote. Te diviertes viajando y la lisergia viaja místicamente, del final de los sesenta, o los restos de psicodelia con sintes de los ochenta, mientras imaginas conversaciones de chinos, mezcladas con gags de martes y trece y clásicos del celuloide de serie B.
Quienes los hemos visto en sala, o tocando en casa, sabemos que esto era una especie de versión de Pony Bravo para espacios con gente sentada. Más sobria y centrada en dar protagonismo a la parte oscura, las letras, el deje y esas cosas. Y a mí, personalmente, me parece que estuvieron a la altura que el MFest de hoy reclama.
Eso sí, la sesión de psicotropía, requirió una dosis de conversación, abrazo y cerveza de Malatesta un poco más fluida. Bailamos bajo la lluvia y vimos algunas hojas caídas en una versión más nocturna y onírica de lo que mi cabeza presuponía a eso de las siete y media de la tarde.
Supongo que la música vale, justamente, para esto. Para cambiar de perspectiva. Pasar por diferentes estados. Y para valorar en su medida exacta las cosas que hacen cambiar de estación a tus interioridades. No sé si ahí caen hojas, pero si emergen raíces que exigen ser regadas, en mi caso, con música en directo, con cerveza, con nuevas y viejas amistades y con el apego que todo buen árbol, tiene por el sitio donde lo han plantado.
Deja una respuesta