Como buen autónomo, no paro 3 días seguidos desde hace un lustro. Sin exagerar. Mi desactivación del móvil (y el correo), vale para visitar a mi familia, para cumplir trámites burocráticos, poner al día mis papeles… pero las prisas de esta sociedad de consumo no me permiten parar el tiempo que mi mente y mi cuerpo requieren. De hecho, a muchos trabajadores por cuenta propia nos pasa que, cada rato que cesamos nuestra actividad normal, nos ponemos enfermos.
Aprendes, supongo, a relativizar y dar valor al hecho de tomarte una cerveza sin que el móvil vibre o a poder ir a la playa a escuchar el mar. Mi realidad es un hecho común entre gente que, de una manera u otra, es creativa. Entiendo que, porque en este país la imaginación no se paga al precio que se debería, o, al menos, no a todos se nos paga lo que mereceríamos por innovar (y esto cruza la frontera de las artes y llega a científicos, médicos, profesores, etc).
Si te pones a pensar, asalariado o no, en el 99% de los casos nos pagan por cumplir un expediente. Eso, traducido a la inventiva, es frenar el progreso. Porque un proceso exige tiempo, experimentación, mucha prueba-error… o lo que es lo mismo, huir de rutinas para emprender nuevas prácticas.
Éso era común, y estaba normalizado, cuando nos dedicábamos a hacer sólo una cosa. El filósofo pensaba, el artista trabajaba, el músico tocaba y el científico se encerraba en su laboratorio a probar cosas. Ahí, todos sacábamos tiempo para comparar nuestros procesos, valorar lo que estaba bien y mal, y sometíamos a valoraciones ajenas aquellas cosas que nos generaban dudas, porque la gente no estaba distraída con cosas superfluas, haciendo vídeos o publicando cosas para conseguir un millón de likes que a la hora de la verdad no te dan de comer. Antes, una vez fuera de tu entorno laboral, como no estábamos localizables, sólo se nos molestaba para urgencias. Tenías que venir a mi casa y ese era el límite preciso del valor de la urgencia en si misma.
Hoy en cambio, con correos, Whatsapps, redes sociales, etc. todo, es para ya, todo se hace para morir caducado en apenas 24 horas. Y eso nos mete en una dinámica en la que las prisas son tales que deja de valorarse el proceso, lo que el descanso ayuda a que el producto sea mejor, e incluso todo lo que el resultado final de algo provoca. Entre otras cosas, porque al día siguiente, tenemos que tener un producto nuevo, que, vuelve a morir repentinamente, para ser sustituido por el siguiente. Y ahí, nos quedamos sin capacidad de análisis, acumulando basura en nuestros móviles (o en un cajón) y sometiendo a nuestros cerebros a ejercicios titánicos de hacinamiento de contenidos vacíos que nunca más volvemos a utilizar.
¿Recordáis cuando teníais tiempo para leer? ¿o cuándo había que esperar una semana para ver el siguiente capítulo de la serie que estabas viendo y tenías esos 7 días para asimilar, comentar, tomarte cafés con otros fans del serial y especular? ¿y cuando revelabas carretes de 24 fotos que tratabas como un tesoro pixelado de tus vivencias? Dime ¿Qué enmarcas ahora? ¿Cuántas series te han gustado realmente en el último año? ¿Cuántas veces has puesto la excusa de que no tienes tiempo en el último mes? y, lo más importante ¿Cuántas veces has dejado de hacer algo que te gusta por otra cosa que al segundo ya no te interesaba?
Hoy en día todo se archiva, como las vacaciones. Lo resumimos todo con una foto publicada en X red social y empezamos a pensar en la siguiente aventura, sin disfrutar los réditos de lo vivido anteriormente. Y luego le ponemos etiquetas como: estrés post-vacacional o lo metemos en una carpeta: «Vacaciones del 2024» que nunca más volvemos a abrir.
No nos paramos a disfrutar nada, y sin gozo, la relevancia de todo (incluido valores y principios, tiempo, amor, familia, amigos) se menosprecia. Si nos ponemos existencialistas habría que plantearse, en esa dinámica de prisas ¿Qué sentido tienen las vacaciones? Pues piensa lo que te han aportado, las cosas que has hecho, lo que has descansado, los momentos en los que te refugiarás cuando la rutina te someta…
Si tienes tiempo para valorarlo es que tu parón ha merecido la pena, pero si lo que me enseñas son fotos que te has hecho cuando debías estar disfrutando, si no eres capaz de quedarte con momentos concretos, si no has engordado física y mentalmente, no has tenido vacaciones. La realidad es que, un año más, las has desperdiciado.
Y es una pena…
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