
Este 14 de abril se cumplen 94 años desde que España despertó republicana. No fue una revolución violenta, ni un golpe de Estado: fue un clamor. Las ciudades se llenaron de banderas tricolores, y Alfonso XIII huyó sin resistencia. Porque cuando un país entero sueña con dignidad, la historia se abre paso.
Hoy, mientras algunos blanquean el franquismo o veneran a un rey impuesto por la dictadura, conviene volver la mirada a 1931. Preguntarse por qué tantas iglesias ardieron —¿acaso no era símbolo de otra dominación, de otra alianza entre poder y sumisión?—. Preguntarse por qué la República ilusionó tanto, por qué se celebró en las calles como si se hubiera ganado una guerra sin disparar un solo tiro.
Fue un proyecto profundamente moderno para su tiempo. El feminismo no era un capricho de minorías urbanas, sino una realidad institucional incipiente. Obviamente, quedaban muchos pasos que dar, pero se debatía el voto femenino, se legislaba sobre derechos laborales para mujeres, se cuestionaban los roles tradicionales. La educación pública y laica se convirtió en una prioridad, la cultura dejó de ser patrimonio exclusivo de las élites. La justicia social se escribía por primera vez con mayúsculas. Y muchas cosas más que 40 años de dictadura (y algunos más de reacondicionamiento democrático) tiraron a la basura.
¿Imaginas qué país podríamos haber sido si no se hubiera interrumpido todo eso a golpe de metralla y cruzada? ¿Qué sería de esta España si Antonio Machado no hubiera muerto en el exilio, si García Lorca no hubiera sido fusilado en una cuneta, si Miguel Hernández hubiera seguido escribiendo con su puño y su voz intacta? Si decenas de miles de intelectuales, maestras, abogados, sindicalistas, poetas, médicos, músicos… no hubieran tenido que marcharse o morir.
Hoy nos falta esa España.
Una España culta, crítica, comprometida. Una España que no necesitaba reyes ni vírgenes coronadas para soñar con el progreso. Que hablaba de justicia, no de indultos reales. De soberanía popular, no de linajes. De educación, no de coronas.
La monarquía que nos impusieron sigue siendo un símbolo de todo lo contrario: opacidad, corrupción, denuncias ridículas, sumisión al capital, connivencia con poderes militares y económicos. No hay legitimidad en una institución que nunca ha pedido permiso, ni ha rendido cuentas. No hay honor en una herencia que viene manchada de sangre y silencio.
Por eso, este 14 de abril no celebramos sólo el pasado. Conmemoramos un proyecto inacabado desde la crítica a lo que también se hizo mal. Porque hablar de República es hablar de futuro. De un país que protege su sanidad y su escuela pública. Que garantiza vivienda y trabajo digno. Que pone la paz por encima del negocio armamentístico. Que entiende el feminismo, el ecologismo y la justicia social no como eslóganes, sino como ejes de un nuevo contrato democrático por negociar.
El monopolio de la historia, no lo tienen esos que a estas alturas quieren volver a un pasado de miedo, patrias autoritarias y mujeres calladas. La verdadera España valiente fue la que se atrevió a imaginarse sin reyes, sin dictadores y sin misas obligatorias. La que eligió la razón frente al dogma, el pan frente al boato.
Este 14 de abril, levantamos la voz. Por quienes lucharon. Por quienes soñaron. Por quienes seguiños imaginando. Por quienes murieron sin ver cumplido su anhelo de justicia. Por los que podemos remediar esa ausencia. Y por la lucha por una utopía que debería tener una tercera parte. Si es pronto, mejor.
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