Soñar el mundo, ya de por si, suena sugerente. Pero ese concepto global, deconstruido, y para todas las edades, es lo que Jaime Aguirre y Alberto Celdrán han convertido en un espectáculo que tuvimos la suerte de ver, en la matinal de domingo, de la segunda sesión del Petit Teatre de la Temporada, en la Casa de Cultura de Sant Joan.
El ejercicio previo de todo espectáculo «para niños», consiste en quitarte capas adultas y tratar de volver a entender la vida desde la perspectiva del que ve como un juego cada proceso que tiene delante.
Con esos ojos reseteados, el sol y la luna, pueden ser constructores de mundos, una sombra en la pared llevarte a una selva del Amazonas, o un trino de pájaro trasladarte a África.
El viaje no se hace en avión, sino montado en esos sentidos que deberías usar más. El lubricante para que se muevan adecuadamente tus alas figuradas, parte de los cuentos que las abuelas del mundo han perpetuado y que Alberto Celdrán ha metido en su mochila de experiencias. Él y sus secuaces, de la Fábrica de Paraules, han reinterpretado, entre luces, sonidos, danzas, canciones y títeres, los argumentos para generar las sonrisas cómplices de quienes sueñan libremente, y sin aditivos globalizados, de todos los que degustamos, desde las butacas de un auditorio poblado, la idealista sensación de que las utopías pueden ser verdad.
Soñar sigue siendo gratis, incluso en estos tiempos en los que el mundo, que no sale en la obra, trata de arrebatarte la inocencia, los anhelos, las explicaciones fantasiosas o el optimismo. La rebelión, justamente, parte de eso, de no dejar que te arrebaten la posibilidad de contar tú tu relato, de dibujar las cosas que te faltan, de simplificar las que podrían perturbarte, de bailar o cantar cuando te plazca y de ver el mundo, como lo veías cuando tenías 5 años.
Sigue siendo el mismo, o casi. La cosa es que vuelvas a mirarlo y a vivirlo, creyendo que lo que soñaste, es posible.
Y, a eso de las 13.30h del domingo, al menos, el mundo parecía un poco más bonito.
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